Asiduo
reportero de mi mundo interior
“Seguramente
Ernesto Zedillo se leyó un día antes de su último informe de gobierno el Canto a mí mismo de Whitman”. Fue lo que
pensé al día siguiente cuando la portada de Proceso
decía: “Yo, Yo, Yo”. Y cuando leí el informe escrito, pensé: “El pobre
pendejo no lo entendió”. Salí de mi casa y como siempre, fui escribiendo poemas
sueltos en la mente, que no fueron nunca escritos y así es mejor, porque para
eso tenemos a Walt Whitman. Lo único que me asemeja con Whitman, si no es el
talento ni mucho menos, es que yo también me atreví a vender mi primer libro de
casa en casa como lo hizo él; pero yo lo hice después de más de un siglo de
distancia: en los primeros meses del año 2002. La sorpresa es inmediata, uno va
por ahí a la altura del Metro Hidalgo trabajando de encuestador para el INEGI y
creyendo que todo el mundo ha leído a Paul Nizan, a Vicente Huidobro o al
propio Whitman y es incuantificable el cotejo con la realidad: con ánimo de
sacarles la plática a los encuestados, uno capta de inmediato que la gente apenas
sabe que existe la poesía, igual como le
pasa a la metafísica, la gente cree que es algo cursi, y por supuesto, la
mayoría de la gente tiene una televisión tamaño gorila y una lujosa y nunca
leída edición de El Quijote, ¿y al
lado? La saga (¿será trilogía como la Trilogía
sucia de La Habana del cubano Pedro Juan Gutiérrez?) de El grito desesperado, que para la mayoría de la gente, no es un libro cursi
sino un buen libro (es decir un libro de buenas maneras) que ayuda a los
jóvenes a superarse, “a salir del infierno de las drogas y la promiscuidad
donde está nuestra pobre juventud”. En cambio, Whitman en el libro citado dice:
“todo cuanto asumo tú lo asumirás, porque cada molécula que me pertenece,
también a ti te pertenece”. La diferencia es nada más que Whitman fundó la cultura
norteamericana mientras que El grito… se tiene en casa pero se lee en
el metro. Y Whitman se lee también en el metro… y en Harvard. Todo lo cual nos
lleva al magnífico panorama para el poeta
joven que lee en el metro: primero, si es que escribes bien, deberías olvidarte del auto cachondeo de los blofs-spots y hacer puntos en el
periodismo, para que nadie o sólo después de 20 intentos te vayan a publicar; segundo, la gente no te va a leer más
que por conmiseración, la gente que necesita leer lo que tú escribes, quizá por
ignorancia o falta de recursos nunca te leerá, aunque claro que tendrás felices
encuentros con escasos lectores, éstos son los que comprenden, pero la mayoría
de los amigos te van a palmear la espalda; tercero, si de verdad eres poeta no
te vas a rendir con esto y más te vale encomendarte a San Premio Nobel para
cuando crezcas, y mejor ve pensando en renunciar a él, porque la Academia tiene
tan mal tino últimamente (con excepción de Saramago y Harold Pinter o Herta
Müller para mi gusto) que por honradez, debes pensar en no aceptarlo, tómatelo
con calma, falta mucho. Mejor encomiéndate al Premio Príncipe de Asturias o al
Cervantes, que suelen ser más justos.
Pero no perdamos el tiempo con las
paráfrasis de Zedillo (“el doctor zeta” como le decían en las cantinas de
Coyoacán), sobre todo después del sexenio en que Borges fue Borgues y hubo el
proyecto “hacia un país de lectores” y que al volver la mirada no puede generar
sino aspavientos ante lo que el gobierno quiere hacer con la cultura, que realmente,
es el verdadero patrimonio de México y ésta idea no es que sea mía, sino que el
panorama general del país lo revela a cada momento y creo que no hace falta dar
ejemplos. “Hacia un País de Lectores
estamos esperando todos los sexenios”. Se debería llamar de ahora en adelante…
Es mucho más importante para nosotros los
creadores, no crear poesía que sólo quiera verle la cara de pendejo al lector.
Regularmente, esta poesía funciona así: se trata de musicalizar palabras cultas
y embonarlas con ideas vagas…. muy vagas (las llamadas imágenes poéticas) que
el poeta tiene en lo más profundo de su
espíritu y que aprendió (o se obligó, es lo mismo) que así debía de ser gracias
a la poesía de imágenes tan aclamada por Octavio Paz: es decir, esas imágenes,
además de que resulta difícil igualar la poesía de Paz, son dispersiones,
extravíos; dada la musicalidad equis, (porque a fuerza tiene que haberla, si es
como el ritmo de la respiración del poeta), el poema está hecho. Y también, por
supuesto, su pendejo para leerlo, es decir, el camarada borracho del poeta y
que también quiere ser poeta; lo leerá convencido del “misterio insondable que
aúlla en las cavernas que tiene el alma
humana” en su interior y que sólo por gracia de la poesía nos es factible conocerlo.
En literatura, como en los desastres como los del 11 de septiembre, los del 2
de octubre o los del resto del año, conviene
recordar las palabras de la gran Susan Sontag: “Suframos juntos, pero no seamos
estúpidos juntos”. Es cierto que está de moda el fin del mundo y que los medios
electrónicos hacen su agosto explotando ésta idea en cualquier ámbito, pero
ante ello, el escritor debe de ser un imperturbable caradura, y más si es de
los escritores que salen en televisión.
Por eso a mí me interesan cada vez más las poéticas que no parecen
poesías explícitas, que en muchos casos son incomprensibles galimatías que sólo
por la idiotez pueden llegar a gustarle a alguien, sino la poesía que trabaja
con auténticas visiones, (por lo menos la poesía de malabarismos verbales está
excluida, porque de antemano avisa que es una vacilada, es como caminar por una
calle nueva, con nuevos rostros, nuevas tiendas, nuevos perros y nuevos
vagabundos y nuevos puestos de periódicos. Un mundo nuevo, en suma, jajjajjaj.)
Pero hay otra poesía que es peor y la
peor de todas: la que insulta al lector diciendo esos mismos galimatías tomando
al lector como la segunda persona narrativa verbal. El mensaje de esta poesía
es: ¿Y tú quién eres? ¿Cómo te atreves a leerme en esta revista y/o suplemento
cultural al que sabes que nunca te publicarán a ti? La calidad debe ser un
requisito indispensable para la publicación de cualquier obra literaria, pero
también es cierto que la poesía debe convivir con otros discursos, como los anuncios
de autos, la cerveza, etc, en los medios impresos o electrónicos. ¿Cuándo será
el momento en que una empresa que tiene dinero como Letras Libres anuncie por radio, prensa o televisión su contenido
con un aforismo de Óscar de la Borbolla, por ejemplo: “La realidad no nos
enseña nada, pero nos obliga a aprender, ergo: compre Letras Libres”? Lo estamos
esperando.
La verdadera poesía, si es que
todavía existe, deberá ser aquella escrita por auténticos profetas, visionarios
que han explorado en su ensimismamiento o en lo que sea que los haya
desembocado en otra totalidad, otro mundo, y eso cuesta explorar el fuero
interno y como eso duele y, sobre todo, el mundo entero conspira para que uno nunca
pueda llegar a ese otro segundo yo que soy yo mismo, nadie quiere ser poeta. Aquí
es donde se ve por qué Rimbaud sigue siendo nuestro Rimbaud, porque exploró
hasta la medula el mundo interior y exterior y logró conurbarlos mediante el
acto poético y murió joven, como debe de ser. (“El poeta debe buscar su propio
conocimiento total” decía Rimbaud a los 18 años).
Nadie quisiera ver a un verdadero loco como Antonin
Artaud, uno de los mejores del grupo surrealista francés de los años treintas
del XX, ocupando un puesto en la
burocracia cultural después de haberle confesado a su psiquiatra que veía: “crecer
una noche dentro de la misma noche”. Hay una anécdota sobre Artaud muy
divertida. Cuando una ocasión lo dejaron salir de su internamiento, le leyó a una
amiga suya un poema muy extenso, a gritos, y el velador de aquél barrio de París
le dijo a Artaud que se calmara, a lo que Artaud le contestó cuando el velador
del psiquiátrico fue a verlo: “¡Cállese o sino lo convierto en serpiente!”
Después de que la amiga lo regresó al internamiento, el velador le dijo a la amiga
de Artaud: “Oiga, estoy muy preocupado, ¿de verdad ese señor me puede convertir
en serpiente?” Antonin Artaud no murió tan joven, pero su locura hizo lo
suficiente para volverlo tan inteligente para probar que con verdad se reta a
algo grande, algo absoluto cuando se quiere ser poeta, en la sentencia de
Platón:
“Todo aquel que se atreve a escribir poesía sin
estar poseído por el delirio que este arte exige, creyendo que puede ser poeta
tan sólo por escribir de acuerdo con determinados recursos técnicos, estará muy
lejos de ser un verdadero poeta. Pues la poesía de los letrados siempre será
eclipsada por aquella que destila locura divina.”
Ésta poesía, desde
los tiempos griegos, es la única que merece tener ese nombre y por lo que se ve
en varios libros y mucha basura galardonada,
podemos decir, contentos, que esa es la que necesitamos leer (uso la clave de
los cómplices porque sé que sólo los que quieren escribir este tipo de poesía
leerán este texto, no los simples lectores, porque éstos, ya no existen para mi
generación, por lo menos), en otras palabras, los invito a desembocar en la
totalidad, y que nuestros textos sean un concierto de totalidades, de
laberintos internos, donde los poemas amanecen a pesar de todo, donde es
posible que la amada sea la que da “las maderas curvadas de sus besos”, como
decía Vallejo, o sentir la “arácnida acuarela de la melancolía”, hermosísima
frase del propio Vallejo, y así siempre así, hasta que la humedad distante del
presente, retorne al árbol que la engendró y la alimenta, en éstas ciudades que
son espejos de ausencias, y desde esta orilla de mar como la otra, se atisbe la
luminosidad de la Presencia. ¿Será tanto así? Bueno, no sé, pero me consuelo
pensando que uno que otro policía lee
a María Zambrano y a José Ortega y Gasset. (Sólo faltaría que Jesús Zambrano
propusiera lectura obligada en preparatoria de El Evangelio según Jesucristo).
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