POR MARCOS GARCÍA CABALLERO
Quizá más
parecido a un despiste del orden de la taxonomía musical que a un tanteo que pretendiera
indagar sobre la música de rock, Milan
Kundera comentó en su luminoso libro Los
testamentos traicionados que era curioso el hecho de que el rock hubiera
surgido precisamente en el momento en que el siglo XX vomitó su historia a
principios de la década del sesenta. Los que han leído el libro saben que fue
un despiste y que el libro es muy luminoso. Y que lo leyeron también para
despistarse o para sofisticarse, que para eso sirven los libros de Kundera. La
afirmación de Kundera, a fin o principios
del siglo XXI pretende dar por evidente que el rock es un fenómeno social y
cultural cuyas bases y discurso se sustentan en la negación nihilista de la
historia para asentarse en un presente continuo del que no cabe esperar nada
nuevo, a menos que sean los males viejos
que normalmente nos aquejan. Es en este punto donde lamentamos la falta de
precisión del gran escritor checo, pues no era nihilismo lo primero que buscaba
el rock cuando empezaba a gestarse; la verdad es que todo el torrente crítico
vertido en revistas y publicaciones son vagas en cuanto a la significación del
rock y en momentos es tan estéril como la crítica de la poesía. No hay métodos,
no hay parámetros y los más esclarecedores sólo pueden proporcionarnos puntos de vista y no una definición, que como
en el caso de la poesía, cualquiera falla o la más prometedora sólo se asienta
a la espera de una mejor y así sucesivamente; puede ser "esto" o
"aquello", pero la verdad es que siempre es "un más allá",
en la frase de Octavio Paz en el Arco y
la lira cuando hablaba de la inspiración
poética y esto es porque la moral del poeta es la del derrochador: de palabras,
de gestos, de psique, de fuerza, del habla, etc. (Aunque la inspiración es tema
aparte). "Música y poesía son artes en el tiempo" dijo Antonio Machado,
y esto quizá quiera decir, si somos muy despistados o muy despiertos (dialéctica
en la que siempre tendremos que reincidir) y nos gusta leer libros, que es casi
lo mismo a lo que dije en paréntesis, que su tiempo no viene a ser el tiempo en
el que se planean, se ejecutan y se examinan las tareas del hombre —el pasado,
el presente y el futuro—, sino la eternidad y el instante, que se disuelven uno
en otro. En este sentido la cotidianidad
del rock se acerca a la de la poesía cuando pone de manifiesto los temas universales:
muerte, amor, protesta ante lo establecido e idealización de ciertos tipos de
conducta frente a otros que son tachados de conformistas y de peores vicios con
los cuales el mundo se ha encargado de hacernos partidarios de la afirmación de
Sartre en A puerta cerrada: "El
infierno son los demás". Después de su origen ingenuo vestido de corbata y
casquete corto, el rock buscó nutrirse
con la exaltación de júbilo de miles de
jóvenes para buscar su individualidad en
forma de mega orgías colectivas tipo Woodstock (1969) para llegar al
momento actual en el que el rock es la demasiado conocida individualidad de
unos pocos, frente a los millones de hambrientos de individualidad y de vacío
al pretender iniciar su búsqueda de procedencia simbólica e ideológica, vamos,
el inicio de su identidad el mismo rock se los impide buscar con su estridencia,
es un rock que busca lacayos, no semejantes. Como cualquier otra forma de discurso,
el rock envejeció, pero no envejeció despacio como un discurso literario: casi
se podría decir que mostró sus cartas para luego repetirlas hasta la saciedad y
ahora sus más aclamados intérpretes parecen celebrar su muerte con estribillos
o frases que demuestran lo que el rock ya no puede ser: hipocresía, culpabilización
de la libertad erótica (como lo hace Marilyn Manson), nulidad de protestas y
propuestas que se auto tragan (como le pasó a RADIOHEAD), no tienen nada qué
ver con el rock anterior de tiempos de
Woodstock. Los viejos rockeros, fieles a su proyecto musical y de contenido
como Santana, en su mayoría nos parecen vacuos. ¿Por qué?
Comparándolo con el arte de la
novela, la falta de prosperidad del rock reside en la pretensión de su radio de
acción: por querer ser para todos, resulta ser para nadie. ¿Quién puede hacer
parte de su entraña canciones como "Livin la vida loca", de Ricky
Martin o las canciones banales de Lady Gaga? Si el rock está emparentado con la
poesía en el término elevado de lo que es
poesía, es decir, presentación de otro mundo donde habitamos nosotros,
el rock and roll ha tenido grandes poemas en tono de pesadilla como: Run Like Hell de Pink Floyd,
experimentales de conciencia como I'm the
Warlus de los Beatles, románticos como All
my Love de Led Zeppelin, de alusión política como Bullet the blue Sky de U2, entre muchos etcéteras, pero el rock
todavía está a la espera de su gran novela que, por cierto, intentó hacer el
rock progresivo y las óperas rock como Tommy
de the Who. Mención aparte merece este subgénero, de invento novedoso y prometedor
pero de vida efímera, que logró cristalizar un cierto tipo de atmósfera
sinfónica pero finalmente plana: música adecuada para elevador, para cenar o
para cualquier otra cosa menos escucharla. A finales de la década de los
ochentas Miguel Mateos aseguró que el futuro del rock se encontraba en el new
age, música volátil, que hace pensar en
los espermatozoides que vemos cuando cerramos los ojos o cuando miramos al
cielo y no es momento de tomar ninguna decisión. Afortunadamente Miguel Mateos
se equivocó, no ha lanzado al mercado disco nuevo, y es recordado por su
estribillo "Nene, nene ¿qué vas a hacer cuando seas grande?" Y está
bien que así sea. Pero la década de los ochentas fue la soñada por las
compañías maquiladoras de discos: fue la década en la que aparecieron en formato
estrictamente comercial y riguroso para cada artista, la producción de video-clips. Las épocas en las que
nuestro primer concepto musical de un disco provenía simplemente de escucharlo
mirando su dibujo de portada desaparecieron también con los Lp's. Músicos relativamente
nuevos como los gallego-franceses de Mano Negra, surgidos por ahí de 1988 han
aportado trasfondos nuevos a la música rock como pocos músicos en su historia
lo habían conseguido o siquiera intentado. Revolucionando los conceptos a
fuerza de machetazos panfletarios de lo que la música puede y debe ser, Mano
Negra reivindica a los inmigrantes, a los sin papeles, a los campesinos, a los
trotamundos, a los obligados a vender drogas en las esquinas, a los despreciados,
a los niños de la calle y en general a todos los que están fuera del sistema
para decir ni más ni menos: existimos y tenemos derecho a expresarnos. Mano
Negra compuso las rolas del Patchanka
hasta su último Casa Babylon (1994)
para hablarle a los habitantes de la calle, la calle vista como el escenario
universal: al vendedor de Biblias, al vagabundo, al que cocina o come tacos en
una esquina, a la banda de niños o adolescentes que juegan fútbol afuera de los
bares, a los borrachos, a las prostitutas,
las vecindades: los lugares donde
se tiran botellazos y cuchilladas y de
ahí se conforma lo mítico, la raíz, la búsqueda primigenia, la pertenencia, la
buena vibra, la calle y el ser del barrio como pedestal de lo universal, la
gesta de amores y tragedias, batallas y encuentros, chispa y tristeza, arte y negocio. Mano Negra con giras por Madrid, Barcelona, Amsterdam, Belfast, Río de
Janeiro, Ecuador o la ciudad de México esparció y ensanchó sus raíces en miles
de cabezas en las que encontró su eco y su reciprocidad de sentidos y significados
nuevos, en tono agresivo que mezclaba influencias árabes, punk, hip-hoperas,
blueseras, salseras, andaluces, cumbieras, electrónicas, etc. En Mano Negra abrevó
de todo esto para crear su estilo propio, no importaba ya que cantaran en francés
o español, tanto daba, eran más reconocibles, entrañables, irreverentes y
furiosos cantando como pochos: "Barrio chino never fails to rock/ Los
indios de Barcelona son más indios que los de arizona!/ Drink wine, smoke pot, got through Jaco/ Busca la fortuna,
vende tabacco." No es raro que su ex líder Manu Chao cante por las
calles como fulano que se trepa al microbús con su guitarra para pedir unas monedas. Su primer proyecto
solista, Clandestino, resulta ser el
culminar de la experiencia Mano Negra para ser el disco solista más resuelto de
la década del 9, el más completo, dedicado en parte al EZLN y con palabras del sup Marcos entre canciones. Manu, el
trovador, volvió para deleitar y
enriquecer a los demás. Y el disco Radio Bemba
sound system (2002). Los que lo vimos en el Zócalo o en el Teatro Metropólitan
lo sabemos. Y los que lo oyeron en vivo (“en algún lugar de la planeta trampa…”),
en Plaza Cataluña lo saben. Y ahí están en la CDMX los carteles callejeros:
Manu está de vuelta.
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