MI PRIMERA NOVELA
(FRAGMENTO 1 AÑO 1997)
MARCOS GARCÍA CABALLERO
¡Villahermosa! Eso significa aún más calor todavía, significa polvo, tránsito
de vehículos, choferes enfermos de mal humor, bebés que berrean a sus madres,
tiendas de abarrotes y mercerías, un reguero de porquería por todos lados, más
tiendas de pollos; cientos de camiones entrando a Villahermosa y gente
preparada en las calles para abordarlos a los mismos, “así que esto es
Villahermosa” me digo a mí mismo en voz baja por mi falta de compañía. Me bajo
del camión en la central de camiones que está saturadísima de gente, gente por
todos lados muriéndose de calor, no soy el único que lo padece, aunque sí el
único que lo consigna ahora con esa misma furia. Me bajo del camión y voy
primeramente a buscar un hotel barato para pasar la noche, con mi enorme
mochila a mis espaldas, me siento como un Cristo cargando con su cruz- “nosotros
somos más famosos que Jesucristo” es una frase que ya dijo alguien, alguien que
ahora está muerto y que recientemente se ha subastado en 103 mil 500
dólares un pedazo de papel en el cual ese alguien escribió en 1967 la canción “For the benefit of Mister
Kite” El recuerdo de Lennon se subasta ahora de esta manera, ¿pero
qué es en realidad lo que se paga con esa cantidad? ¿El recuerdo? ¿El gran
mito? ¿o simplemente el espectáculo de todo ello?
Cerca de la central camionera hay dos calles paralelas donde venden
pollos y hay hoteles baratos, yo busco en particular un hotel de a diez pesos
la noche que me recomendó en su momento el chavo que vendía uvas en la
gasolinería de Palenque, pero tal parece que ya no existe o que me choreó
simplemente, porque todos cuestan entre 30 y 35 pesos la noche, lo que para mí
significaría quedarme sin dinero el día de mañana, pero de todas maneras entro
a todos a preguntar cuanto es el precio; en la mayoría de los lugares están las
putas adormiladas sobre los viejos sillones y echando la hueva: no, no hay un
hotel que cueste diez pesos la noche: todas la putas me dicen lo mismo, creen
que les estoy tomando el pelo, “y cuánto cuesta?” (el acostón) les pregunto a
un par que veo muy instaladas sobre un sofá color verde mirando el canal de las
estrellas, ¿con todo y cuarto? me regresa la pregunta la puta, “no, mejor
olvídalo” le digo y me salgo de nuevo a la calle, ya son cerca de las cinco de
la tarde y las miradas de los niños pequeños que son arrastrados por sus madres
me hace preguntarme ¿y ahora qué? Porque con la sed que tengo sería capaz de
beberme diecisiete caguamas, haaaa! la maldita sed. Voy a una plaza cercana que queda a la
derecha del Grijalva y me aplico de nuevo el remedio de la Gestapo con el agua
de una fuente, ahí me quedo un rato, mirando el paso de la gente, y es cuando conozco a Aidé. ¡Cámara! Aidé es una puta que me ofrece algo
sensacional: dos mamadas al pito en un cuarto con regadera y servicio de
cervezas incluido, “yo te invito las cervezas, tu nada más paga el cuarto
corazón” bueno, digo entre risitas, no está tan mal, sobre todo porque tengo
unas ganas endemoniadas de bañarme de nuevo, así que Aidé y yo nos vamos
caminando abrazados por la calle mientras yo le voy mirando las tetas y ella va
saludando a medio mundo que se encuentra y que le tiran de chiflidos y piropos
y menciones de que ya se encontró a su novio ideal, ya la hizo, etcétera.
“¿Bueno y de dónde eres corazón? Le pregunto, usando su misma
palabrita de ‘corazón’
“Soy de Torreón corazón, pero ando viajando por todos lados guapito,
acabo de estar en Los Ángeles, allí me eché un tirito con una puta y le di sus
cocotazos porque yo soy una vieja very
crazy, a mí no me paran.”
Aidé no es precisamente fea, pero está medio loca, tiene tumbado uno
de los dientes de enfrente y me parece que está bajo los efectos de alguna
droga, está tatuada también, precisamente en el hombro, lo que me hace morder
el miedo y pensar: “¡No hay que confiar
en una mujer que está tatuada del hombro!”
“Yo soy una vieja very crazy.” -dice, alzando el puño, que se le ve
curtido, como si de veras se peleara a puñetazos.
Vamos abrazados por la calle y yo prácticamente la voy siguiendo, pero
pensando con cierto nerviosismo en que a lo mejor es una puta que se dedica a
transar a los que se dejen y como traigo mi mochila con la Minolta y mi ropa y
todas mis cosas, trato de ser prudente y de ponerme a pensar en cómo va a estar
de verdad el asunto, pero Aidé me distrae porque tiene la urgencia de causarme
una impresión; “Zacatecas, Morelia, Nuevo León, El Paso, Los Ángeles, México
D.F., Toluca, Cuernavaca, yo he estado en todos lados corazón.”
Después nos enfrascamos en una polémica de cómo está la situación
actual del país y ella dice: “Pinche Zedillo, por su culpa está todo de la chingada,
le hacen falta huevos al cabrón, yo por eso no creo en nada, nada de lo que
dice el pinche gobierno, yo ya crecí, no tengo pelos en la lengua para decir
las cosas, yo soy una vieja very crazy.”
“Bueno, sí, sí, pero tranquila mujer.”
“No me digas mujer corazón.”
“¿Mujer? ¿Por qué no quieres que te diga mujer si estás preciosa?”
“Porque yo soy una vieja very crazy, ya le he entrado a todo: pastas,
coca, mariguana, de todo.”
“Bueno, bueno, -le digo- pero no me has probado a mí.”
“Hay si cierto corazón, tú se ve que eres bien lindo.”
Y otra vez:
“Yo soy very crazy.”
Después de bajar por la misma calle llegamos por fin al hotel, pero
Aidé quiere hacerle transa al mozo que cobra los cuartos y me dice que la
espere allá afuera: “pérate, pérate, es que ya traigo un boleto y chance y sí
pasamos con el mismo.” La espero pues
allá afuera como ella dice y me quedo pensando: “pinche Aidé también es
cabrona, le gusta entrar de gorra a los hoteles.” Pero finalmente la transa no
funciona porque el empleado del hotel no abandona su puesto, así que tengo que
pagar en efectivo la cantidad del cuarto despidiéndome de la mitad del dinero
que me queda. Subimos por unas anchas escaleras por las que se oyen ruidos y
gritos misteriosos y entramos a un cuarto que se ve de quinta categoría pero
que tiene una amplia regadera y una banca de mosaico, Aidé hace pedir las
cervezas y nos las trae al cuarto un tipo cuadrado que me parece que es su
conocido, y al que seguramente le estará cerrando el ojo a mis espaldas y
después cuando yo esté desnudo y bien feliz como idiota, el entrará junto con otro
tipo y los dos me robarán mis cosas,
entonces me quedaré como un pobre pendejo que ha caído en la trampa, un
cualquiera más, otro más, humillado y sufriendo la impotencia de no poder hacer nada para impedirlo pero ¡ho! ¡al
diablo! eso solo me lo estoy imaginando...
Aidé me da mi cerveza y brindamos, “por este encuentro magnífico,
salido de la nada” Mientras me voy quitando la ropa Aidé hace lo mismo sin
parar de hablar y de auto aplaudirse su ser de very crazy; empieza a contarme
trozos de su vida y yo la escucho sin mucho interés pero le hago preguntas como
si de veras estuviera interesadísimo, pero sin hipocresía, claro, más bien con
las ganas de hablar sencillamente, de cotorrear el punto.
Luego, después sí que me
conmuevo cuando escucho una de sus historias: resulta que a un hijo suyo, que
acababa de salir de la cárcel, lo han matado unos mafiosos por un asunto de
drogas, y ahí sí se le sale toda su tristeza y se pone a llorar, “mi hijo,
mataron a mi hijo, al Pablito me lo mataron.”
Yo ya estoy desnudo y no sé que debo pensar, porque me deja de a seis
encontrar tanta tristeza en la mujer, el escuchar su verdadero sufrimiento
humano, su pena interna, es algo para lo que no estoy preparado pero después
ella misma saca fuerzas y dice: “pero a mí no, chinguen a su madre, a mi me la
pelan, yo me rajo la madre, tú eres muy lindo y solo por eso te lo cuento, pero
yo no, yo soy very crazy, a mí me la pelan, me acabo de madrear una ruca así,
por pendeja.” “bueno, bueno, mujer, pero
¿no te parece que eres muy peleonera, no hay que ser así, hay que ser
tranquilos, nada más no dejar que se metan con uno y ya stuvo no?” “¡pero al Pablito me lo mataron, chingue su
madre, un hijo menos.” “¿ha, tienes más
hijos?” “sí, otros dos, pero están
chavitos todavía, al Pablito, a mi Pablito me lo mataron.” Tomo mi cerveza y me acabo la mitad de un
solo trago, comienzo entonces a decir un largo y profundo rollo para
tranquilizarla y parece que sí funciona porque repentinamente cambia su estado
de ánimo y se pone contenta, me agarra del pito, que todavía no lo tengo erecto
y me dice: “todavía le hace falta.” Al escuchar eso me echo a reír y le digo:
“pues ayúdale un poquitín a Willy no?”
Abro la llave de la regadera por la que empieza a salir una deliciosa
agua fresca y me siento en la banca de mosaico, Aidé se pone de rodillas en el
suelo y pone su cabeza en medio de mis piernas, comienza a trabajar y yo a
disfrutar de la existencia, de la dicha, de la calidez humana. Ja, ja, ja,
salud por la luna brother.
Un par de minutos después me vengo encima de la boca de Aidé, que se
retuerce buscándolos con la lengua. Se para de nuevo; “ahí está papito, ahora
vamos a pedir más cerveza no?” Entonces nos echamos la segunda ronda y la
tercera, bajo esa agua deliciosa que sale de la regadera y que me hace sentir
como en un baño de Zeus en el Olimpo, Aidé sigue diciendo que ella es una very
crazy y de repente en medio de la plática se saca de su bolsa una pasta y dice
que se la va a echar, yo le advierto que no lo haga, que no tiene sentido
drogarse, pero ella insiste y nos ponemos a discutir; “Aidé no seas pinche, no
te tienes porqué seguir echando pastas.”
Le digo, pero es inútil, porque la vieja tiene los oídos tapados para
cualquier explicación razonable y se traga la maldita pastilla; “pinche Aidé,”
le digo, “tú misma te arrojas a los problemas.”
“bueno y después de todo a ti que chingaos? ¿tú quién eres para decirme
‘no te eches una pasta?’ ya papito, mejor tranquilo.” “ay, sí no? muy acá, a ver.” Y la reto a que
nos demos de golpes, así que nos ponemos a boxear desnudos bajo la regadera,
mitad en serio mitad en broma, pero yo nada más la finto y marco los
golpes, ella si me da de madrazos, “ay,
ay, ya espérate ya.” le digo, porque de verdad da unos golpes recios que hacen
que me duela el hombro y así seguimos gozándola de la vida, hasta que pedimos
la cuarta ronda y nos ponemos cada vez más borrachos, yo procuro ya no tomar
demasiado porque si no voy a perder el estilo y el control de la situación, lo
que realmente me preocupa es donde me
voy a dormir en Villahermosa, porque en verdad no pienso quedarme en este
mugroso hotel que me produce terribles sospechas, Aidé está ya tan borracha y
drogada que no me gusta lo que se viene en puerta así que comienzo a vestirme y
le digo que ya me voy, como un canalla que una vez obtenido su goce sexual se esfuma a la chingada, sí, ¿pero es
que qué más podría hacer? me pregunto a mí mismo, pero Aidé reniega porque no
le parece mi decisión y me dice: “no
Carlos -como le dije que era mi nombre- que te crees si bien chingón, ¡tú
vas a pagar las cervezas como quedamos y aparte me vas a pagar a mí, o que te
creías que de gratis te iba a mamar el pito? ¡paga tú cabrón!” Problemas,
problemas, siempre se vienen los problemas encima...
“No Aidé, quedamos que yo pagaba el cuarto y tú pagabas lo demás, si
por eso venimos, porque de otra forma no hubiera sucedido nada, ni nos
habríamos conocido.” “¡Cabrón, tú
dijiste que ibas a pagar las cervezas, ahora pagas o no te sales vivo de
aquí!” (Ya sabía yo que esto iba a traer
problemas pero soy un necio, parece que nunca escarmiento). “No Aidé -le digo
serenamente, des apendejándome la borrachera- tú dijiste que ibas a pagar las
cervezas, yo nada más voy a pagar la última ronda, acuérdate que te lo dije
cuando nos trajeron las cervezas que yo nada más iba a pagar la última.” “¡No, no cabrón, paga tú miserable ojete!” Ya
vestida, Aidé agarra mi mochila y dice: “o pagas tú todo o no te doy tus
cosas.” (Ya parece increíblemente otra
mujer en vez de la dulce Aidé que siempre decía “yo soy very crazy”) Pero no puede haber ningún cambio en el plan
simplemente porque yo ya no traigo dinero, más que una miseria, que no
alcanzaría para pagar las ocho cervezas. Hago llamar al chavo que nos las había
estado trayendo y le digo: “¿cuánto va a ser amigo?” (Aidé sigue gritando y
está como loca aferrada a mi mochila), el chavo dice: “cada cerveza cuesta seis
varos, serían cuarenta y ocho.” “ahí
está pues.” Le pago doce pesos al chavo y le digo que ella le va a pagar los
otros treinta y seis, pero Aidé sigue aferrada y tengo que pelearme con ella
para que me dé mi mochila, ya después se la arranco, después de haber recibido
dos tres de sus trancazos que da con esas manazas suyas. Se desploma en el
suelo hundida en la miseria de la droga y dice. “maldito Carlos ojete, eres un ojete, dijiste que tú ibas a pagar todo.” El
chavo nada más se queda expectante viendo la situación y le digo: “mírala ya
como está, yo te estoy diciendo la verdad, ella iba a pagar el resto.” Saco los treinta y seis pesos de la bolsa de
Aidé y se los doy al chavo, entonces me bajo casi corriendo las escaleras
mientras oigo los desgarradores gritos de Aidé y ya en la calle me echo a correr,
esperando que no me estén siguiendo treinta padrotes con sus macanas, me esfumo
por una de las calles laterales y pienso de nuevo toda la situación, casi
siento lástima por la pobre de Aidé y me acuerdo de sus ‘yo soy very
crazy.’ Confirmo de nuevo mi teoría: No
hay que confiar en una mujer que está tatuada en el hombro.
“¡Villahermosa, que hermoso recibimiento me das!” Grito al aire mientras voy por la calle
taloneando monedas para conseguir pagar un cuarto, el cielo ya está
obscureciendo, (se ve que viene una noche espléndida), y después de tanto
mendigar consigo la suficiente lana para quedarme en un cuarto de treinta
pesos..., “vaya, vaya”, me digo ya en la cama del cuarto, debajo de un
ventilador que se mueve lentamente mientras pelo una naranja con mi navaja
Victorinox Switzerland que me compré en el Sanborns de División del Norte. Ja,
-me digo- estupendo recibimiento... vientos por ti... Villahermosa la hermosa,
la muy primorosa, la muy candorosa -empiezo a jugar con las palabras- y después
saco mi grabadora de la mochila y sintonizo el 96.5 de FM de radio de Villahermosa,
la estación se llama “Music Light” y el locutor que está al aire se esfuerza
mucho en hablar como un escuincle fresa
de la colonia del Valle, luego sigue hablando y menciona según su lista, cuáles
son los discos más vendidos en la historia del Rock and Roll: el “Thriller” de
Michael Jackson está en el primer lugar (aunque esa porquería no es Rock and
Roll evidentemente), seguido inmediatamente después por “Exitos 75-85” luego,
aproximándose en tercer lugar está el “Rumors” de Fleetwood Mac y después en la
cuarta posición el “Born in the USA” de
Bruce Springsteen.
Decido apagar el radio y poner un cassette de Dire Straits, me doy una
vuelta por el cuarto y luego me asomo al balcón que tiene vista hacia el río
Grijalva, las luces de los postes alumbran pequeñas rebanadas del agua que se
mueve en la misma dirección que el viento y en la avenida que está en la
paralela pasan varios camiones ya vacíos haciendo un escándalo que se confunde
con la música de los Dire Straits, “Once
upon a time in the west” es la canción que estoy escuchando, mientras
mastico los gajos de la naranja, es un momento perfecto para pensar cómo está
ahora la situación de mi vida y lamentar la soledad tan magnífica que me está
envolviendo junto con la música, pienso en como solías ser conmigo, Guerda, y
en cómo nos amábamos con tanta frescura, tanta cadencia, tantos fulgores de
alegría que ahora están perdidos, o ranciándose en nuestra memoria de unos
tiempos ya tan remotos y olvidados, y que me causa tanto pesar recordarlos aquí y ahora.
Me siento tan solo y triste que podría llorar, podría quedarme como
agua para chocolate, pero en vez de eso dejo que siga la siguiente canción de
Dire Straits, “Romeo y Julieta” se llama la canción, grabada en vivo del disco Alchemy,
y dejo que la guitarra de Mark Knopfler llore por mí en estos momentos. Así me quedo dormido, con las botas puestas.
Al día siguiente me levanto con los pies hinchados; “puta madre, se me olvidó
quitarme la ropa”, es lo único que alcanzo a mencionar, y después me voy a dar
una ducha en la regadera compartida del hotel, un par de putillas me ven salir
del cuarto y se sonríen, yo me sonrío también y entro a la regadera, de la que
sale un agua bastante fría que me hace soltar exclamaciones: “¡BRRR; PUTA MADRE
CON EL AGUA; HAY CABRÓN, ESTÁ HELADA; HAY GÜEY, NO MAMES, ESTÁ RE PINCHE
FRÍA.”
Después me visto con la misma ropa sucia, (porque no he lavado mi ropa
desde que dejé a los McDonald), y salgo y me dirijo nuevamente hacia la calle,
hacia esas calles abstractas de Villahermosa (llenas de putas y perros
callejeros) esperando poder talonear de nuevo unas monedas. Doy una larga
vuelta y cruzo al otro lado del Grijalva buscando gente bondadosa y cálida a la
cual poder arrancarle unos pesos con mi buena educación, (señoras ya grandes,
de preferencia) después de dar vueltas y vueltas se me va todo el día pero ya
tengo dinero suficiente para comer por lo menos un taco y para tomar un camión
que me lleve hacia lo más cerca que se pueda de la ciudad de México, que es La
Venta, Tabasco. Así que hacia allá parto después de pasar a recoger mis cosas
de mi cuarto de hotel y me subo en el camión, durante el trayecto voy pensando
en Aidé...
“...yo soy very crazy...”
Y no le gustaba que le dijeran mujer…
MI PRIMERA NOVELA (FRAGMENTO 2,
AÑO 1997)
MARCOS GARCÍA CABALLERO
"En la cantina me di cuenta porqué
habíamos visto las calles tan desiertas: Tal vez los pistoleros del pueblo
habían salido a vacacionar y habían delegado las responsabilidades a los
borrachos, que la verdad cumplían al pie de la letra con el mandato abarrotando
el lugar con sus pláticas, gritos, demostraciones, y demás parafernalia
pueblerina.
Pedimos cervezas y nos sentamos en una
mesa junto a una rockola, al principio se sintió nerviosa de ser la única mujer
en medio de puros borrachos sudorosos y yo le recordé que en gran parte eso era
andar de aventura y que la vida sin riesgo no vale la pena ser vivida y que a
eso habíamos venido y que por cierto, ella traía los cigarros. Detrás del
cantinero y la pequeña barra había en el centro de la pared ocupando el lugar
de mamá Guadalupe un poster gigante de colección de Julio César Chávez apañando
a dos nenas en bikini y bebiendo coronas, hicimos algunos comentarios irónicos
sobre el tema y le mostré mi verde envidia, tomamos de las cervezas
cruzándonoslas por los brazos y un borracho de pantalón negro y cara ceniza nos
abordó para pedirle a Guerda que si quería bailar un ‘pieza’, insistió
educadamente a pesar de la negativa y después se fue mostrándonos las palmas de
las manos: “está bien, está bien, ya no interrumpo a los enamorados, adiós.” Le
dije que no se hubiera negado a bailar con Antonio Rodríguez para que yo les
tomara la fotito del recuerdo, ella bajó la mirada, tomó un limón de la mesa y
fingió exprimírmelo sobre la cara. Así era Guerda, siempre tonteando y
distraída parpadeando dos veces, aunque también luego yo no le veía ni el polvo
y se me escabullía. Hice un rápido viaje al servicio de baño atravesando un
patio lleno de gallinas y en la pared leí unas palabras: “Aquí nos cogimos a
Alfredo el chilango, agosto 93.” Ja, después de los patios de gallinas siempre
se encuentra uno con testimonios como estos; bueno, ¿yo que quieren que haga?
Mejor vayan al departamento de paquetería: “Canal 5 al servicio de la
comunidad, se solicita su ayuda para localizar a las siguientes personas...” Yo
quise poner mi graffyti también: “Nunca podrás caminar a través de los espejos
ni nadar por las ventanas.” Una frase de Morrison, pero el pedazo de ladrillo
se deshizo y solo llegué a “Nunca podrás.” Me le quedé viendo mientras me
abrochaba el cierre y me reí, la frase inacabada finalmente acabó por gustarme,
porque me sonaba macabra. “Nunca podrás.” Porque también suena retadora, las
cervezas me habían pegado y me sentí borracho, así que me reí de nuevo: ¡Ja,
ja, ja! Regresé a nuestra mesa pensando que el ‘Nunca podrás’ no se puede
aplicar en mi persona y Guerda buscaba una canción en la rockola, programó una
de José Alfredo Jiménez y cuando se sentó no dudó valientemente para
cantármela, se sabía toda la letra y a mí empezó a darme vergüenza, volteaba a
verla a ella y volteaba a ver a la rockola; era un ruido ensordecedor y
chillante, la demás gente también lo cantaba, pedimos otra ronda y la carita de
Guerda comenzó a ponerse colorada, sus párpados sucumbían, el pelo se le
desordenaba, yo tenía que pararme del asiento para besarla, de repente le dije:
“oye mujer, ya dejémonos de pendejadas.” (una frase muy directa para el tono en
que hasta ese momento nos habíamos tratado, y la impacté con eso, según dijo
después de unos días: “David, me asombraste, nunca creí que...”). Etcétera,
luego alguien programaba otra canción ranchera, luego otra ronda, luego dos
cervezas; era una vida agradable la nuestra y yo empezaba a acostumbrarme a la
idea de que nos quedáramos ahí hasta el fin del mundo o hasta que terminara el
sexenio, que como ahora todos sabemos, no eran ideas precisamente encontradas.
Guerda echó un soplido por sus labios resecos y divinos y estiró las manos
sobre la mesa como si quisiera guardársela debajo de la playera, tuve que darle
un golpe con el pie. “oye, aliviánate, que va a decir la gente, que nunca te
saco a pasear o qué.” Y ya se estaba emborrachando delante de mis ojos
atónitos, no había ido a dar su clase de danza por estar conmigo, estaba sola,
sola en Dolores Hidalgo con una mochila casi rota y con un poeta que lo único
que quería era escabechársela, abría la boca para decir algo pero no decía
nada, bajaba la cabeza, (¿Qué voy a hacer con una mujer borracha a estas
horas?), su voz sonó como a doscientos kilómetros: “Oye... tú me quieres...?” Y
Julio César Chávez me sonreía... “Oye, ja, ¿qué quieres decir con eso? Claro
que te quiero pero...” “Tú me quieres...oye, tu no eres como el Pantera, yo no
sé cómo le hacen para ser amigos.” (ha, ajá, ahora yo soy quien sabe qué, ¡me
estaba comparando! ¡Me había estado comparando todo este rato!). Me había
comparado con ese pedazo de mosca y por tanto me sentí encabronado, celoso, di
una rápida ojeada a los últimos acontecimientos para examinarlos con ojo
clínico, no sabía si ellos se habían visto durante toda la semana o solo el día
que llegaron a mi casa, pero obviamente con el no había tenido una experiencia
como esta, y esto era lo que más quería ella, vivencias, vivencias, acumular
una tras otra vivencia para volverse inalcanzable, ja, (y ¿porqué me río?), por
tanto me sentí seguro del todo otra vez y le dije una crueldad: “acábate la
chela no? y vámonos.” Y no solo terminó con la suya sino se empinó la mitad de
la mía y cuando salimos a la calle casi se va de cuernos sobre una señora que
vendía collares exóticos: “eres un gacho, ayúdame.” Dijo mientras yo iba a
mitad de la calle y ella se fue por la banqueta.
“Debería ser Emilia la que estuviera
aquí maestro.” Pensé después de meditarlo mucho, y en ese momento dos sujetos
de pinta brava le chiflaron y me puse en guardia inmediatamente sin friquearme,
el laberinto de calles y la lejanía mexicana se ceñía sobre nosotros desde
todas direcciones, las sombras de las casas crecían, una mujer soltó unas
monedas que al caer hicieron un eco tan escandaloso como si hubiera tirado al
suelo toda la lana de ‘pégale al gordo’, era la combinación perfecta: ella
borracha y yo sin moneda. De repente tuve la visión espantosa de que todo esto
podría terminar en una horrible pesadilla, (violación, asesinato,
despellejamiento), ideas que me pasaron zumbando la cabeza como luces de
carretera en la noche, uy, que me achuté, y me asusté en serio, regresamos a la
misma banca frente a los libros usados y la población de la calle aumentaba,
los focos de la plaza se prendieron, una maraña de nervios se enredó en mi
cabeza: “¿Cuánto dinero traes eh?” “una madre...” (¡Hip!) “¿Qué hacemos?” “Pus
tú guapa, no puedes ni caminar, qué hacemos?” Me sentí como un imbécil al
preguntar eso he inmediatamente la levanté diciéndole: “Pus vamos a meternos a
ese hotel a ver qué vemos.” Era el hotel Posada Coco-macán, que estaba al lado
derecho de la catedral y se veía de aspecto muy caro, del tipo de hoteles con
arreglos a la mexicana para atraer a los gabachos, ¡y el mexican quite curious!
Yo no tenía la mínima esperanza de rentar un cuarto pero por lo menos esperaría
a que la borrachera se le bajara, algo bueno pasaría como siempre pasa. Ya
enfrente de la puerta dudamos como inditos tehuanos, entonces la abrasé, la
rodeé con mi brazo derecho sobre su Levis vieja, (¿Porqué carajos no?):
Estábamos lejos de casa y yo pensando que la única causa por la que vale la
pena no suicidarse es el desmadre, hacer lo que te da la gana, así que me llené
de valor y ella se sonó la nariz haciendo un escándalo, entramos al hotel por
su gran puerta de madera con la gloria del ejército Trigarante; cruzamos un
pasillo lleno de dudas y de ecos misteriosos como el bosque de árboles con
caras de Dorotea, un mostrador al lado derecho, un restaurante al otro, un
jardín central lleno de árboles enfrente de nosotros. Dije “buenas tardes” a la
señorita con una sonrisa de millonario y ya estábamos adentro de esa atmósfera
lejana, “uooooauuu.” empezamos a captarlo todo, miré de reojo pero la mujer ya
estaba ocupada en otros asuntos tecleando una computadora; lo que se me hizo
raro pero seguimos adentrándonos, al lado del jardín por donde entraban ya las
pocas hebras de luz nos topamos con unas escaleras; “órale no, vamos a ver qué
honda.” Y la excitación aumentaba y nos sentíamos de peluche y de tripas
corazón y de hecho primero nos dividimos y yo me fui por abajo, un mesero pasó
por ahí y me saludó, lo que me dio a entender que nadie nos vería como raros
especímenes y también lo saludé, “ándale córrele” no le dije, pero estuve a
punto, porque yo que he sido mesero sé lo que más les repatea. Anduve por ahí
hablando solo y regresé a las escaleras donde ella estaba tratando inútilmente
de arreglar su mochila, se veía guapa toda desgreñada como una vagabunda, me
dijo que le dolía la cabeza y le pasé la mano por el pelo: “Güey, i can’t
belive you, estás bien guapa... ...pus no sé que hacer, espérate tantito, es
por las cervezas, ahorita se te pasa.” “...mmme estás dessspeinaaando...” “te
voy a despeinar, pero metafísicamente.” Pensando para mis adentros: “qué
descarada.” “Ay sí, -me dijo-,juar, juar, juar.” “Ya verás, ya verás...”
Subimos las escaleras y no había nadie, n-a-d-i-e, “cáaaamara” “a ver
películas.” Avanzamos a pasos lentos como francotiradores y cruzamos como
sombras por todo el pasillo, nos detuvimos en la esquina donde la puerta del
cuarto 28 estaba entreabierta y “a ver aguanta, échame aguas.” Le dije mientras
echaba una ojeada en la habitación y como no había nadie nos metimos de
inmediato como si estuviéramos a punto de arrancar en una camioneta robada.
En la habitación reinaba obscuridad total
y olor a sábanas limpias, aguzamos nuestros sentidos y los pocos ruidos que
hacíamos los empezamos a oír como si salieran de las bocinas de un estadio en
un concierto de Metallica, como si desbaratáramos hojas secas a cada paso que
dábamos, y eso que pisábamos con mucho cuidado para que la vieja del mostrador
no nos oyera, porque estábamos exactamente arriba de ella y su computadora,
aunque de hecho estábamos mucho más arriba de todo el hotel, estábamos en
nuestro propio hotel. Un hotel descarado y poético podríamos decir. Algo que ya
traíamos, algo que ya estaba en sus ojos y yo se lo leía en voz alta porque no
podía hacer otra cosa, porque a los recuerdos hay que meterles palabras, porque
cuando me acogía en sus brazos sin que se lo pidiera y sentirlos tan amables y
tan cálidos en mi cuello era como regresar de nuevo a la senda del mundo, era
vencer, instantáneamente, al olvido, a la muerte, a las paredes grises que
escurren explicaciones vanas.
La poca visibilidad nos hizo tropezar
con los muebles y una jarra de agua se tambaleó sobre una mesa, estuvo a punto
de caer pero no cayó de puro churro, respiramos y nos reímos como duendecillos
traviesos y dejamos nuestras mochilas en una de las camas. ‘Prende-la-luz’, le
dije entre murmullos asomándome por la ventana y pensando mil cosas; en la
calle la noche ya era más que evidente y clara, la gente transitaba alegremente
por su pueblo natal y se notaba un claro ambiente de fiesta pueblerino. Mi
respiración quedó impregnada en el vidrio; afuera también teníamos un
balconcito de poca madre.
Del otro lado de las cortinas la
habitación se llenaba de bosque, se llenaba de la textura de nuestras
emociones. Guerda no prendió la luz como yo descuidadamente le dije, su
borrachera empezaba a disiparse y ya pensaba con más claridad, me dijo que así
era mejor para ahorita, aunque yo le reclamé que me hiciera caso y le hice que
me diera su explicación solo para ver si estaba segura de lo que decía,
haciéndome el enojado y riéndome al mismo tiempo cuando escuchaba sus tiernos y
francos razonamientos. Me acerqué a la puerta para ver si escuchaba pasos o si
alguien nos había seguido pero nada, el avión de la paranoia se me fue cuando
vi que todo estaba tranquilo.
“Vamos ganando muñeca... -murmuré-, hay
que celebrar.” Quisimos acercarnos pero como todavía no nos acostumbrábamos a
la falta de luz me dio un manotazo que me cayó de lleno en la cara, “ay, órale
hija, tienes la mano pesada como los albañiles.” Luego nos abrazamos y nos
besamos y le dije: “Lo que tú no sabías... (le di un beso)...es que yo tenía
esto planeado desde el principio...(otro beso)...viajecito a Dolores Hidalgo
con todos los gastos pagados, acá, ja, ja, ja...yea, vamos ganando baby...,When
Love Comes To Town.”
Se acostó sobre la cama sin hacer ruido
y yo me asomé otra vez por la ventana para vigilar, una excitación vibrante me
sacudía, sentí mi ropa puesta, sentí las africanas puestas y pensé en mis
amigos, pensé en sus luchas y sus soledades, sus pendejadas también, en la
calle un carrito avanzaba como un pato y por un alta voz anunciaba que en
famoso tugurio habría una fiesta sensacional a las diez de la noche; “¡Mis
amigoooos de Doloreees!” Guerda me preguntó: “¿Qué hay afuera?” “Un planeta re
feo.” Era por fin nuestra primera nochecita juntos.
Me acosté junto a ella, me acarició los
brazos con sus manos de niña y nos quedamos un rato como zombies mirando el
techo obscuro de barras de madera del que colgaba un candelabro, sin hablar
para nada pero con las mechas bien encendidas. De repente nos sacudió de nuevo
el: “¡mis amigooos de Doloreees!” Lo más desesperante era que no podíamos
hablar en voz alta; cada que escuchábamos pasos y voces en el pasillo nos
callábamos pero no pasaba nada; eran turistas, camareras trabajando, yo todavía
no creía que habíamos burlado el sistema de seguridad y los radares anti gorrones
pero así era. Se me ocurrió una cosa y suavemente la empujé para pasar encima
de ella y tomar el teléfono de la cómoda, hice girar el disco como si llamara a
la recepción para quejarme del roomservice, porque la verdad era pésimo, ja,
ja, todavía no nos traían de cenar.
“Bueno, como los del roomservice na’
más se hacen mosca parece que tendremos que sobrevivir a base de pura agua,
como Gandhi.” Me paré a la mesa y serví los dos vasos, los dejé sobre la cómoda
y prendí una vela. Se zampó toda el agua de un solo trago por su crudita y me
pidió más, quité una funda de la almohada y me la coloqué en el antebrazo, fui
por la jarra y le serví de nuevo. “¿Desea algo más señorita?” “mmm...pues no
sé, ¿qué más tienen?” “mm, oh...tenemos un servicio especial...es solo para
señoritas como usted.” (todo esto dicho en voz muy baja y tierna). Dejó el vaso
y estiró los brazos hacia mí diciendo solamente: “ven.” Y yo ya era el hombre
más feliz del mundo o por lo menos me sentía dentro de esa secta de imbéciles,
a-ha, pero a mi manera... ‘in my way...’ como diría Harry el Sucio. Me quité
las dos playeras y me subí a la cama, comencé a besarla y le descubrí el
ombligo, se lo besé alrededor pensando: “oh diablos, la carne, la carne siempre
asombra (me expliqué a mí mismo el significado de la carne, esa estupidez
filosófica de la dicotomía entre alma y cuerpo, espíritu y materia, blanco y
negro, Pepsi y Coca-cola y demás anatemas), no me la voy a acabar.”
Subí otra vez hasta su rostro, a través
de la cortina la luz de la plaza entraba suavemente iluminándole la cara, sus
ojos grandes de mujer catalana me observaban con una expresión burlona y
ambigua, Guerda se estaba transformando en un felino y yo pensé: “aquí me quedo
maestro, de aquí soy.” Hicimos el amor una vez bajo el candelabro, y luego otra
vez, y otra, y ya nada más porque así era suficiente.
Algo más tarde, a tooodos nuestros
amigooos de Doloreees sonó por última vez, y en las bocinas de la pared comenzó
a sonar una musiquita ambiental a lo Raif Connif que a Guerda no le pareció
porque estaba fumando recargada en mi hombro y dijo volteando hacia la puerta
como si hablara con otra persona: “Oye, que poca, nos tratan re mal no es
justo, pongan a Dead Can Dance.”
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