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Me refiero cuando uno toma con verdad el llamado
artístico, ese llamado que un artista hace por otro incipiente parafraseando la
idea de Marlaux (esa idea del llamado al individuo para que actúe y entre en
acción viene desde San Agustín, cuando, gracias a él, el cristianismo pudo ser pensado y así, nos dimos cuenta que el
cristianismo es más cosas de las que suponíamos, en su monumental obra, La ciudad de Dios): al llamado de
dedicarse inútilmente al trabajo que genera, paradójicamente, a las grandes
autoridades de la Humanitas, las
grandes autoridades del hombre en sustantivo abstracto como le gustaba a Don
Miguel de Unamuno; al trabajo de producir obra literaria, filosófica, de arte
plástico, etc. En mi caso, uno de los que me llamó para tan extravagante labor,
-zapatero a tus zapapoemas, diría Efraín Huerta-, llamado que obviamente
comienza por un reconocimiento de la enorme parcela de ignorancia que nos recubre
cuando atravesamos esa “charca”, como decía Julio Cortázar que es la
adolescencia, no fue alguien de carácter o fama descomunal como algunos de los
citados arriba sino uno más reciente, mexicano para acabarla de amolar y sobre
todo, aún vivo. Aunque su edad será
posterior a textos como éste debidamente aclarar, ya que en La vida de un muerto la solapa indica
1971 como fecha de su nacimiento, mientras que El amor es de clase su respectiva solapa indica 1965 y creo que Filosofía para inconformes (1996) habla
de 1939, así que éste autor ucrónico, como el mismo se autodefine, está en la
víspera de que su próximo libro anuncie que nació ayer, pero con su nuevo libro
bajo el brazo y desde el útero, gritando leperadas o ucronías, posiblemente como el diario de un feto que sabe que
estudiará filosofía en la UNAM y hará su respectivo doctorado en la Universidad
Complutense de Madrid; yo creo que a Óscar de la Borbolla le gustaría ser
recordado así: cínico, humorista y con una tendencia filosófica para observar la realidad que es propensa a la amargura
pero que en su obra narrativa es desmentida por la corrosión que se desprende
de su visión; Óscar sabe cabalgar entre géneros pero el estilo nunca lo pierde,
Óscar pertenece a la clase de escritores enamorados de su propio estilo, es
decir, su verdad como escritor está colocada inseparablemente con su estilo
(una especie de fraseo filoso y pensamiento agudo que tiende a desenmascarar
las convenciones sociales pero sin dejar de respetarlas) y ese estilo es, por
mucho, su mayor obra y su más decantado
logro, pero si el estilo no lo pierde tal vez sí pierda temas o subtemas
literarios más allá de los grandes temas: el amor, la soledad, la ambición de
poder y la muerte. Digo que tal vez se pierdan subtemas en la obra de Óscar
pero definitivamente lo que irá ganando a pulso son lectores, no los lectores
culteranos, no los lectores snob, no los lectores-escritores, pero sí muchos
más lectores, la masa amorfa que todos somos.
Así que el Óscar de la
Borbolla de 1939 nació pesimista, pero
el más reciente La vida de un muerto
(1998), lo convierte en un irónico y mordaz observador del fenómeno del
narcotráfico, el narco-erotismo, la narco-muerte y la narco-furia, que es,
principalmente, un velo que recorre Óscar para mostrar las narco-aventuras, que
pueden comenzar con alguien (el muerto, por ejemplo), que soñó de niño que de
grande quería vengarse de su madre y terminó soñando que su muerte era buena,
justo como a su madre le hubiera gustado, lo que nos acerca a una visión de la
narco-virgen de Guadalupe de la cual echan mano éstos personajes cuando la cosa
se pone dura, (recordemos que la palabra Guadalupe es una conformación del
término árabe guada, que significa
agua: Guadalajara española, Guadalquivir y Guadarrama el apellido tienen su
origen ahí; y lupe, que viene del latín lupus;
lobo, Guadalupe es río de lobos, lo cual no entra en contradicción con la forma
de vivir de éstos personajes: cabalgan en un río de lobos y como son mexicanos,
le rezan a la virgen de Guadalupe para que cuando sea el caso, los saque del
apuro, ésta etimología me la dijo José Vicente Anaya en una borrachera, así que
no lo sé de cierto, pero lo supongo).
Recientemente editorial
Nueva Imagen ha ido republicando sus libros primeros como Nada es para tanto y Todo
está permitido, los ya mencionados y el volumen de Ucronías, Instrucciones para destruir la realidad (2003),
que contiene artículos que salieron publicados por vez primera hace cerca de 22
años en el periódico Excélsior, donde se contaban historias acerca de cómo una
estampida de lobos atacó en el metro a los viajeros, una estación de televisión
que transmitía sus programas por telepatía y cosas por el estilo. Híper
realidad, híper convención social llevada al absurdo, pero no el absurdo francés,
sino el mexicano: la ucronía. Humor, sátira, ironía y pesimismo. Además del que
para mi gusto es su mejor libro de cuentos: Asalto
al infierno. Mención aparte merece su obra Las vocales malditas, que su primera publicación (anterior a la de
Joaquín Mortiz, cuando Don Joaquín Díaz Canedo apostaba principalmente por los
cuentistas-jóvenes-promesas que hoy son
maestros de literatura), salió en edición de autor y es un verdadero tour de force en el que Óscar escribió cinco cuentos cada uno hecho con
sólo una vocal, de donde se desprenden fragmentos de una admirable y no casual
contundencia como el caso de Los locos somos otro cosmos escrito con la
vocal o:
“Los locos somos otro cosmos, otro
horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, no somos como los osos,
somos lo otro, lo no ortodoxo, no somos como vosotros: ontólogos”
¿Qué se puede decir después de leer
textos como éste?: “¡Carajo, por qué no se me ocurrió a mí!” Las vocales malditas es un gran ejemplo
de cómo la literatura, en su constante tanteo, logra dar en el blanco de las
cosas llegando puntual a su cita con la odiosa y tétrica realidad, pero
embelleciéndola o jodiendo al respetable, que como es tan respetable soltará
unas cuantas carcajadas.
Recuerdo 1998, el año en que
Óscar anunció a la generación XXIV de la Escuela de Escritores de la SOGEM, la
aparición en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de La vida de un muerto. Inmediatamente
giré instrucciones precisas a mi ángel de la guarda y a mi buena estrella para
comprar el libro. Óscar ha venido ganándose a pulso al público joven que oscila
entre los 18 y los 29 años y no sólo a ese público sino a todo aquél que se
arriesga con los libros, como lo dice su autobiografía Ucrónica Un recuerdo no se le niega a nadie
(1999) a llegar a reírse a solas, a contar con ese valor. La síntesis suprema.
En filosofía para inconformes
aparecen una larga tira de aforismos y todos ellos memorables, cito dos
ejemplos:
“La realidad no nos enseña nada, pero
nos obliga a aprender.”
“La imaginación nos hace inconformes, la
memoria nos vuelve nostálgicos, la experiencia nos deja frustrados y la razón,
cuando usamos a fondo la razón, nos revela ridículos.”
En éste día que termino de
escribir este modesto homenaje a Óscar de la Borbolla, lo encuentro precisamente
a él y le cuento de este texto y del premio Salvador Gallardo que me gané, le
doy mi libro y se lo dedico adentro de la librería-cafetería Gandhi de Miguel
Ángel de Quevedo aquí en la ciudad de México, como es costumbre de Óscar irse a
escribir entre los que juegan ajedrez y en uno de sus libros hasta se hace una
mención fantástica a alguno de los
meseros de la cafetería. Me dice: “¡Qué bueno que te sacaste ese premio, es lo
menos, así nos tienen estos hijos de la chingada!” ¿Qué se puede decir? Pues
darle la razón: magister dixit y es menester llevar sus palabras: “como un
tesoro ardiendo”. (O. Paz. Salamandra,
1962).
2
Pero para terminar éste
breve homenaje, imposible olvidar su última entrega, La rebeldía de Pensar (Nueva Imagen, 2006), donde Óscar elabora una
obra en la misma línea de Filosofía para
inconformes pero más madura; se trata de construcción filosófica desde un
punto de vista que sintetiza los logros filosóficos en la vía de un Eduardo
Nicol, por ejemplo (que por cierto fue su maestro) pero nos invita a seguir
pensando, para hacer exactamente lo contrario de lo que a su parecer, hacemos
unos con los otros en la sociedad actual, es decir, tácitamente, nos invitamos a no pensar, a hacernos de la vista
gorda… y contra esa mentalidad mandrilesca se ha opuesto siempre el inventor de
la Ucronía. Simplemente por ser una obra que en ciertos momentos obliga al
lector a Pensar —en el sentido que daba Ortega y Gasset a éste término, es
decir, a contar con éste valor y este recurso exclusivamente humano, La Rebeldía de Pensar es una obra
vigente, de actualidad y que pretende cuestionarte de forma honesta, con todas
las tablas del oficio.
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