sábado, 7 de septiembre de 2024

SOBRE LA LITERATURA PADRE POR FORTUNATO JÁUREGUI


 

 

“Espermear versos con métrica es meter la pluma y sacarla con la tinta seca”. Esta es otra de mis frases machistas que tengo en el archivo para comprobar que, a pesar de ser un escritor, es decir, ser y haber sido un lector extravagante, sigo siendo bastante  macho mexicano como soñé en algún momento de la infancia que llegaría a ser aproximadamente como ahora, cuando escribo estas líneas. (Más aproximadamente esta línea, que va entre dos paréntesis: paréntesis izquierdo y derecho, porque dos líneas son dos líneas, como dicta por su lado la geometría y por otro el buen gusto cuando empata con la gramática y sólo para hacerse entender, claro está). De hecho, el machismo literario poco me interesa, porque claro, para ser un buen macho, debo creer que soy el único, el primero y el imprescindible, como un Presidente de la República cuando se dirige a un pueblo que la verdad, ya se hartó de escuchar, pero que su mismo hartazgo hace que el hartazgo del Presidente se oiga más fuerte. A pesar del hartazgo, me conmueve todavía hasta la lágrima la intención  con la que mi padre dice que soy un escritor tierno, quiero decir, que hablo de la ternura. Según él, casi todo lo que he escrito merece el adjetivo unívoco e irrevocable de “tierno”. Como el famoso Tzara, de nombre de pila Tristan, muy corriente dadaísta y nacido en Zurich, yo siempre he escrito de mí mismo o desde mí mismo, cualquier tipo de texto, hacia lo que no sé (en abstracto) y desde lo que  conozco (experiencia vital, lecturas, etc). Si mi padre considera que eso es ser tierno, es simplemente porque no cree en mí  como escritor, y la verdad está bien que así sea, el único milagro de ser escritor en estos tiempos,  no parece pergeñar un buen párrafo, una frase inteligente, reflexiva o sarcástica o irónica o profunda, sino lograr que los demás crean o detecten que uno es escritor, (el milagro de escribir sigue siendo que los otros crean que uno escribe y que uno es escritor, como dice Henry Miller en Trópico de Capricornio). ¿Escritor? “El escritor es un lector que se anima a participar en una tradición” nos han dicho. Es decir, ser lector extravagante y mejor no vagamente extra. Esta empresa puede llevar años, meses de intentos y de esfuerzos fallidos, demostrados con novelones o super textos poéticos, pero mientras te digan: “qué bonito escribes” o frases parecidas, significa que nadie cree que lo haces por dedicación, trabajo u oficio, sino que francamente nada más te gusta perder el tiempo. Lo cual es cierto  sólo si se cree la postura romántica: es decir, que toda actividad artística se basa en  que el arte se hace nada más por el arte, por el puro gusto de hacerlo, pero cuando uno habla de la vida misma, clavando  su dolor, clavando su pena, clavando su alegría, escribiendo de los amigos, los amores, las aventuras de la cotidianidad o los breves descubrimientos lingüísticos o aforísticos (cada quien aporte su propio hallazgo), uno se siente satisfecho, uno cree que ha logrado algo imborrable, pero si los demás siguen diciendo que uno “escribe bonito” o “algún día leeré tu manuscrito” todavía no está hecha la literatura o la escritura, como se guste decir. Y además, porque “bonito” solo era Benito Juárez cuando dijo: “el respeto al derecho ajeno es la paz” o Benito bodoque, hijo ilegítimo del filósofo críptico Don gato, mismo que además de ser arduo en la filosofía narrativa, también tenía su pandilla, pero no de pandilleros pandilleros sino de “pan” que significa muchos y “dilla”, que es la evolución del termino “día” y significa  la evocación o puede serlo de decirse internamente con los ojos desorbitados: “un día en la vida fui pandillero y me divertí, pero, de bodoque,  en adelante quiero ser como Don gato y escribir filosofía sobre mi derecho a decir algo sobre la paz o de paso, de Octavio Paz”. Si  el que lee lo escrito mantiene la idea fija de que uno no es escritor, es porque la vena romántica, según la parábola bíblica “con el espejo que te veas te gustará que te vean”, es quien solamente quiere encontrar  romanticismo en lo escrito, un apapacho o una palmada en la espalda, como si la literatura sólo fuera eso. ¿El arte debe curar? Sí, en cierta forma sí, pero los métodos de cura son tan sofisticados como los métodos que toma el pensamiento y la conducta sobre la vida diaria: por eso es que existe la diversidad de literaturas dentro de una misma cultura o grupo humano en el que cada individuo busca su realización personal tomando x número de derroteros o especializaciones, que en realidad lo son, haga usted el favor. La postura romántica es válida, pero igual lo es la postura ascética, la científica o la histórica: todas son válidas a excepción la que deserta sobre sí misma. Parto de mi propia experiencia de nuevo:  los escritores tenemos otro tipo de romanticismo: ser reconocidos hasta donde la suerte y el talento lleguen y, porque además, ser escritor significa a fuerza ser “un gran escritor”, cosa que sin ambages siempre ha sido, o por lo menos desde los tiempos del señor Madero, como decía Salvador Novo, tanto y tan descomunal como hacerse una puñeta. Superar la puñeta que los demás creen que uno se hace al escribir, debería ser la fórmula con la cual se inicie el camino de las letras entre los más jóvenes, el parricidio que hay que hacer en la actualidad, como del que hablaba Nietzsche en El origen de la tragedia, para los escritores no es sólo matar al padre o a Dios, sino matar al lector, es decir convencerlo de que vea lo obvio: que el texto es primero y antes que nada, literatura o escritura con cualquier tipo de mensaje o contenido. La publicación del texto no nos salva de esta idea que nos avientan a la cara los demás. Uno no puede morirse de originalidad o de genio, pero seguro puede morirse de tristeza (como Neruda, por la Dictadura) y con fracaso, como les ha pasado a tantos, tiernos (como Rimbaud) o no tan tiernos para olvidar que de jóvenes también fueron malditos y bien por ellos.  La literatura de todos los tiempos debería ser vista y entendida como una invitación a entender la vida de las sociedades creando contextos elípticos, paradójicos, discursivos y tan auténticos como el escritor sea capaz de expresarlos desde su propia concepción simbólica de lo real, lo que está ahí, ahí, al lado de este texto, al lado de tu vista, de tu oído y cambiando o estático frente a nuestras categorías para entenderlo, de manera que nos haga más partícipes, más fuertes, más dignos y más completos tanto para nosotros mismos como para los demás. Hablando de padres, el poeta Octavio Paz, que ahora suena medio vilipendiado entre ciertas elites culturales, charlando con Braulio Peralta estableció que la República de las letras no debería confundirse con el término “maffia”, ya que es, también sin ambages, algo noble. Nos guste o nos disguste Paz, la nobleza proviene del intercambio entre los que mientras vamos creciendo nos parecen dignos de imitar —primero los padres,  luego los maestros o los compañeros de vida— y nosotros mismos, es algo que al dar recibimos: reconocimiento, ser parte del todo pero sólo como nosotros mismos vamos siendo, es decir, ser irrepetibles y experimentar lo que sólo cada uno puede hacer, de ahí es de donde nos viene la dignidad y la dignidad hay que defenderla… sobre todo de su pariente lejana la perra miseria que ladra queriendo abarcar toda la barca, que es la mejor metáfora de la vida según El viejo y el mar del inmenso Hemingway. Cada literatura tiene su visión del porqué y para qué empleamos la dignidad y el reconocimiento mientras estamos entre los vivos, dejar constancia de ello es la razón de ser de la escritura. ¿Te curé de algo lector, lectora? Entonces es que este texto tuvo su razón de ser, ahora, como debe de ser deberías enfermarte un poco, o un mucho, tu sabrás, para que te cure el doctor Cervantes, el doctor Milan Kundera, el doctor que asumió la enfermedad como cura y como si fuera un cura: Kafka, y platícale de tu enfermedad al doctor que más confianza le tengas, ese que ya está en tu biblioteca o tu mochila y no has terminado su trabajo: tu última página.

 

 

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