viernes, 29 de noviembre de 2024

GASTÓN VEREDAS MI PRIMERA NOVELA

MI PRIMERA NOVELA (FRAGMENTO UNO AÑO 1997)

POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

¡Villahermosa! Eso significa aún más calor todavía, significa polvo, tránsito de vehículos, choferes enfermos de mal humor, bebés que berrean a sus madres, tiendas de abarrotes y mercerías, un reguero de porquería por todos lados, más tiendas de pollos; cientos de camiones entrando a Villahermosa y gente preparada en las calles para abordarlos a los mismos, “así que esto es Villahermosa” me digo a mí mismo en voz baja por mi falta de compañía. Me bajo del camión en la central de camiones que está saturadísima de gente, gente por todos lados muriéndose de calor, no soy el único que lo padece, aunque sí el único que lo consigna ahora con esa misma furia. Me bajo del camión y voy primeramente a buscar un hotel barato para pasar la noche, con mi enorme mochila a mis espaldas, me siento como un Cristo cargando con su cruz- “nosotros somos más famosos que Jesucristo” es una frase que ya dijo alguien, alguien que ahora está muerto y que recientemente se ha subastado en 103 mil 500 dólares  un pedazo de papel  en el cual ese alguien escribió en 1967  la canción “For the benefit of Mister Kite”  El recuerdo de  Lennon se subasta ahora de esta manera, ¿pero qué es en realidad lo que se paga con esa cantidad? ¿El recuerdo? ¿El gran mito? ¿o simplemente el espectáculo de todo ello?

Cerca de la central camionera hay dos calles paralelas donde venden pollos y hay hoteles baratos, yo busco en particular un hotel de a diez pesos la noche que me recomendó en su momento el chavo que vendía uvas en la gasolinería de Palenque, pero tal parece que ya no existe o que me choreó simplemente, porque todos cuestan entre 30 y 35 pesos la noche, lo que para mí significaría quedarme sin dinero el día de mañana, pero de todas maneras entro a todos a preguntar cuanto es el precio; en la mayoría de los lugares están las putas adormiladas sobre los viejos sillones y echando la hueva: no, no hay un hotel que cueste diez pesos la noche: todas la putas me dicen lo mismo, creen que les estoy tomando el pelo, “y cuánto cuesta?” (el acostón) les pregunto a un par que veo muy instaladas sobre un sofá color verde mirando el canal de las estrellas, ¿con todo y cuarto? me regresa la pregunta la puta, “no, mejor olvídalo” le digo y me salgo de nuevo a la calle, ya son cerca de las cinco de la tarde y las miradas de los niños pequeños que son arrastrados por sus madres me hace preguntarme ¿y ahora qué? porque con la sed que tengo sería capaz de beberme diecisiete caguamas, haaaa! la maldita sed.  Voy a una plaza cercana que queda a la derecha del Grijalva y me aplico de nuevo el remedio de la Gestapo con el agua de una fuente, ahí me quedo un rato, mirando el paso de la gente, y  es cuando conozco a Aidé.  ¡Cámara! Aidé es una puta que me ofrece algo sensacional: dos mamadas al pito en un cuarto con regadera y servicio de cervezas incluido, “yo te invito las cervezas, tu nada más paga el cuarto corazón” bueno, digo entre risitas, no está tan mal, sobre todo porque tengo unas ganas endemoniadas de bañarme de nuevo, así que Aidé y yo nos vamos caminando abrazados por la calle mientras yo le voy mirando las tetas y ella va saludando a medio mundo que se encuentra y que le tiran de chiflidos y piropos y menciones de que ya se encontró a su novio ideal, ya la hizo, etcétera.

“¿Bueno y de donde eres corazón? Le pregunto, usando su misma palabrita de ‘corazón’

“Soy de Torreón corazón, pero ando viajando por todos lados guapito, acabo de estar en Los Ángeles, allí me eché un tirito con una puta y le di sus cocotazos porque yo soy una vieja very crazy, a mí no me paran.”

Aidé no es precisamente fea, pero está medio loca, tiene tumbado uno de los dientes de enfrente y me parece que está bajo los efectos de alguna droga, está tatuada también, precisamente en el hombro, lo que me hace morder el miedo y pensar: “¡No hay que confiar en una mujer que está tatuada del hombro!”

“Yo soy una vieja very crazy.” -dice, alzando el puño, que se le ve curtido, como si de veras se peleara a puñetazos.

Vamos abrazados por la calle y yo prácticamente la voy siguiendo, pero pensando con cierto nerviosismo en que a lo mejor es una puta que se dedica a transar a los que se dejen y como traigo mi mochila con la Minolta y mi ropa y todas mis cosas, trato de ser prudente y de ponerme a pensar en cómo va a estar de verdad el asunto, pero Aidé me distrae porque tiene la urgencia de causarme una impresión; “Zacatecas, Morelia, Nuevo León, El Paso, Los Ángeles, México D.F., Toluca, Cuernavaca, yo he estado en todos lados corazón.”

Después nos enfrascamos en una polémica de cómo está la situación actual del país y ella dice: “Pinche Zedillo, por su culpa está todo de la chingada, le hacen falta huevos al cabrón, yo por eso no creo en nada, nada de lo que dice el pinche gobierno, yo ya crecí, no tengo pelos en la lengua para decir las cosas, yo soy una vieja very crazy.”

“Bueno, sí, sí, pero tranquila mujer.”

“No me digas mujer corazón.”

“¿Mujer? ¿Por qué no quieres que te diga mujer si estás preciosa?”

“Porque yo soy una vieja very crazy, ya le he entrado a todo: pastas, coca, mariguana, de todo.”

“Bueno, bueno, -le digo- pero no me has probado a mí.”

“Hay si cierto corazón, tú se ve que eres bien lindo.”

Y otra vez:

“Yo soy very crazy.”

Después de bajar por la misma calle llegamos por fin al hotel, pero Aidé quiere hacerle transa al mozo que cobra los cuartos y me dice que la espere allá afuera: “pérate, pérate, es que ya traigo un boleto y chance y sí pasamos con el mismo.”  La espero pues allá afuera como ella dice y me quedo pensando: “pinche Aidé también es cabrona, le gusta entrar de gorra a los hoteles.” Pero finalmente la transa no funciona porque el empleado del hotel no abandona su puesto, así que tengo que pagar en efectivo la cantidad del cuarto despidiéndome de la mitad del dinero que me queda. Subimos por unas anchas escaleras por las que se oyen ruidos y gritos misteriosos y entramos a un cuarto que se ve de quinta categoría pero que tiene una amplia regadera y una banca de mosaico, Aidé hace pedir las cervezas y nos las trae al cuarto un tipo cuadrado que me parece que es su conocido, y al que seguramente le estará cerrando el ojo a mis espaldas y después cuando yo esté desnudo y bien feliz como idiota, el entrará junto con otro tipo y los dos me robarán mis cosas,  entonces me quedaré como un pobre pendejo que ha caído en la trampa, un cualquiera más, otro más, humillado y sufriendo la impotencia de no poder  hacer nada para impedirlo pero ¡ho! ¡al diablo! eso solo me lo estoy imaginando...

Aidé me da mi cerveza y brindamos, “por este encuentro magnífico, salido de la nada” Mientras me voy quitando la ropa Aidé hace lo mismo sin parar de hablar y de auto aplaudirse su ser de very crazy; empieza a contarme trozos de su vida y yo la escucho sin mucho interés pero le hago preguntas como si de veras estuviera interesadísimo, pero sin hipocresía, claro, más bien con las ganas de hablar sencillamente, de cotorrear el punto.

 Luego, después sí que me conmuevo cuando escucho una de sus historias: resulta que a un hijo suyo, que acababa de salir de la cárcel, lo han matado unos mafiosos por un asunto de drogas, y ahí sí se le sale toda su tristeza y se pone a llorar, “mi hijo, mataron a mi hijo, al Pablito me lo mataron.”  Yo ya estoy desnudo y no sé que debo pensar, porque me deja de a seis encontrar tanta tristeza en la mujer, el escuchar su verdadero sufrimiento humano, su pena interna, es algo para lo que no estoy preparado pero después ella misma saca fuerzas y dice: “pero a mí no, chinguen a su madre, a mi me la pelan, yo me rajo la madre, tú eres muy lindo y solo por eso te lo cuento, pero yo no, yo soy very crazy, a mi me la pelan, me acabo de madrear una ruca así, por pendeja.”  “bueno, bueno, mujer, pero ¿no te parece que eres muy peleonera, no hay que ser así, hay que ser tranquilos, nada más no dejar que se metan con uno y ya stuvo no?”  “¡pero al Pablito me lo mataron, chingue su madre, un hijo menos.”  “¿ha, tienes más hijos?”  “sí, otros dos, pero están chavitos todavía, al Pablito, a mi Pablito me lo mataron.”  Tomo mi cerveza y me acabo la mitad de un solo trago, comienzo entonces a decir un largo y profundo rollo para tranquilizarla y parece que sí funciona porque repentinamente cambia su estado de ánimo y se pone contenta, me agarra del pito, que todavía no lo tengo erecto y me dice: “todavía le hace falta.” Al escuchar eso me echo a reír y le digo: “pues ayúdale un poquitín a Willy no?”  Abro la llave de la regadera por la que empieza a salir una deliciosa agua fresca y me siento en la banca de mosaico, Aidé se pone de rodillas en el suelo y pone su cabeza en medio de mis piernas, comienza a trabajar y yo a disfrutar de la existencia, de la dicha, de la calidez humana. Ja, ja, ja, salud por la luna brother.

Un par de minutos después me vengo encima de la boca de Aidé, que se retuerce buscándolos con la lengua. Se para de nuevo; “ahí está papito, ahora vamos a pedir más cerveza no?” Entonces nos echamos la segunda ronda y la tercera, bajo esa agua deliciosa que sale de la regadera y que me hace sentir como en un baño de Zeus en el Olimpo, Aidé sigue diciendo que ella es una very crazy y de repente en medio de la plática se saca de su bolsa una pasta y dice que se la va a echar, yo le advierto que no lo haga, que no tiene sentido drogarse, pero ella insiste y nos ponemos a discutir; “Aidé no seas pinche, no te tienes porqué seguir echando pastas.”  Le digo, pero es inútil, porque la vieja tiene los oídos tapados para cualquier explicación razonable y se traga la maldita pastilla; “pinche Aidé,” le digo, “tú misma te arrojas a los problemas.”  “bueno y después de todo a ti que chingaos? ¿tú quién eres para decirme ‘no te eches una pasta?’ ya papito, mejor tranquilo.”  “ay, sí no? muy acá, a ver.” Y la reto a que nos demos de golpes, así que nos ponemos a boxear desnudos bajo la regadera, mitad en serio mitad en broma, pero yo nada más la finto y marco los golpes,  ella si me da de madrazos, “ay, ay, ya espérate ya.” le digo, porque de verdad da unos golpes recios que hacen que me duela el hombro y así seguimos gozándola de la vida, hasta que pedimos la cuarta ronda y nos ponemos cada vez más borrachos, yo procuro ya no tomar demasiado porque si no voy a perder el estilo y el control de la situación, lo que realmente me preocupa  es donde me voy a dormir en Villahermosa, porque en verdad no pienso quedarme en este mugroso hotel que me produce terribles sospechas, Aidé está ya tan borracha y drogada que no me gusta lo que se viene en puerta así que comienzo a vestirme y le digo que ya me voy, como un canalla que una vez obtenido su goce  sexual se esfuma a la chingada, sí, ¿pero es que qué más podría hacer? me pregunto a mí mismo, pero Aidé reniega porque no le parece mi decisión y me dice: “no Carlos -como le dije que era mi nombre- que te crees si bien chingón, ¡tú vas a pagar las cervezas como quedamos y aparte me vas a pagar a mí, o que te creías que de gratis te iba a mamar el pito? ¡paga tú cabrón!” Problemas, problemas, siempre se vienen los problemas encima...

“No Aidé, quedamos que yo pagaba el cuarto y tú pagabas lo demás, si por eso venimos, porque de otra forma no hubiera sucedido nada, ni nos habríamos conocido.”  “¡Cabrón, tú dijiste que ibas a pagar las cervezas, ahora pagas o no te sales vivo de aquí!”  (Ya sabía yo que esto iba a traer problemas pero soy un necio, parece que nunca escarmiento). “No Aidé -le digo serenamente, des apendejándome la borrachera- tú dijiste que ibas a pagar las cervezas, yo nada más voy a pagar la última ronda, acuérdate que te lo dije cuando nos trajeron las cervezas que yo nada más iba a pagar la última.”  “¡No, no cabrón, paga tú miserable ojete!” Ya vestida, Aidé agarra mi mochila y dice: “o pagas tú todo o no te doy tus cosas.”  (Ya parece increíblemente otra mujer en vez de la dulce Aidé que siempre decía “yo soy very crazy”) Pero no puede haber ningún cambio en el plan simplemente porque yo ya no traigo dinero, más que una miseria, que no alcanzaría para pagar las ocho cervezas. Hago llamar al chavo que nos las había estado trayendo y le digo: “¿cuánto va a ser amigo?” (Aidé sigue gritando y está como loca aferrada a mi mochila), el chavo dice: “cada cerveza cuesta seis varos, serían cuarenta y ocho.”  “ahí está pues.” Le pago doce pesos al chavo y le digo que ella le va a pagar los otros treinta y seis, pero Aidé sigue aferrada y tengo que pelearme con ella para que me dé mi mochila, ya después se la arranco, después de haber recibido dos tres de sus trancazos que da con esas manazas suyas. Se desploma en el suelo hundida en la miseria de la droga y dice. “maldito Carlos ojete, eres un ojete, dijiste que tú ibas a pagar todo.” El chavo nada más se queda expectante viendo la situación y le digo: “mírala ya como está, yo te estoy diciendo la verdad, ella iba a pagar el resto.”  Saco los treinta y seis pesos de la bolsa de Aidé y se los doy al chavo, entonces me bajo casi corriendo las escaleras mientras oigo los desgarradores gritos de Aidé y ya en la calle me echo a correr, esperando que no me estén siguiendo treinta padrotes con sus macanas, me esfumo por una de las calles laterales y pienso de nuevo toda la situación, casi siento lástima por la pobre de Aidé y me acuerdo de sus ‘yo soy very crazy.’  Confirmo de nuevo mi teoría: No hay que confiar en una mujer que está tatuada en el hombro.

 

“¡Villahermosa, que hermoso recibimiento me das!”  Grito al aire mientras voy por la calle taloneando monedas para conseguir pagar un cuarto, el cielo ya está obscureciendo, (se ve que viene una noche espléndida), y después de tanto mendigar consigo la suficiente lana para quedarme en un cuarto de treinta pesos..., “vaya, vaya”, me digo ya en la cama del cuarto, debajo de un ventilador que se mueve lentamente mientras pelo una naranja con mi navaja Victorinox Switzerland que me compré en el Sanborns de División del Norte. Ja, -me digo- estupendo recibimiento... vientos por ti... Villahermosa la hermosa, la muy primorosa, la muy candorosa -empiezo a jugar con las palabras- y después saco mi grabadora de la mochila y sintonizo el 96.5 de FM de radio de Villahermosa, la estación se llama “Music Light” y el locutor que está al aire se esfuerza mucho en hablar como un escuincle  fresa de la colonia del Valle, luego sigue hablando y menciona según su lista, cuáles son los discos más vendidos en la historia del Rock and Roll: el “Thriller” de Michael Jackson está en el primer lugar (aunque esa porquería no es Rock and Roll evidentemente), seguido inmediatamente después por “Exitos 75-85” luego, aproximándose en tercer lugar está el “Rumors” de Fleetwood Mac y después en la cuarta posición  el “Born in the USA” de Bruce Springsteen.

 

Decido apagar el radio y poner un cassette de Dire Straits, me doy una vuelta por el cuarto y luego me asomo al balcón que tiene vista hacia el río Grijalva, las luces de los postes alumbran pequeñas rebanadas del agua que se mueve en la misma dirección que el viento y en la avenida que está en la paralela pasan varios camiones ya vacíos haciendo un escándalo que se confunde con la música de los Dire Straits, “Once upon a time in the west”  es la canción que estoy escuchando, mientras mastico los gajos de la naranja, es un momento perfecto para pensar cómo está ahora la situación de mi vida y lamentar la soledad tan magnífica que me está envolviendo junto con la música, pienso en como solías ser conmigo, Guerda, y en cómo nos amábamos con tanta frescura, tanta cadencia, tantos fulgores de alegría que ahora están perdidos, o ranciándose en nuestra memoria de unos tiempos ya tan remotos y olvidados, y que me causa tanto pesar recordarlos aquí  y ahora.

Me siento tan solo y triste que podría llorar, podría quedarme como agua para chocolate, pero en vez de eso dejo que siga la siguiente canción de Dire Straits, “Romeo y Julieta” se llama la canción, grabada en vivo del disco Alchemy, y dejo que la guitarra de Mark Knopfler llore por mí en estos momentos.  Así me quedo dormido, con las botas puestas. Al día siguiente me levanto con los pies hinchados; “puta madre, se me olvidó quitarme la ropa”, es lo único que alcanzo a mencionar, y después me voy a dar una ducha en la regadera compartida del hotel, un par de putillas me ven salir del cuarto y se sonríen, yo me sonrío también y entro a la regadera, de la que sale un agua bastante fría que me hace soltar exclamaciones: “¡BRRR; PUTA MADRE CON EL AGUA; HAY CABRÓN, ESTÁ HELADA; HAY GÜEY, NO MAMES, ESTÁ RE PINCHE FRÍA.” 

Después me visto con la misma ropa sucia, (porque no he lavado mi ropa desde que dejé a los McDonald), y salgo y me dirijo nuevamente hacia la calle, hacia esas calles abstractas de Villahermosa (llenas de putas y perros callejeros) esperando poder talonear de nuevo unas monedas. Doy una larga vuelta y cruzo al otro lado del Grijalva buscando gente bondadosa y cálida a la cual poder arrancarle unos pesos con mi buena educación, (señoras ya grandes, de preferencia) después de dar vueltas y vueltas se me va todo el día pero ya tengo dinero suficiente para comer por lo menos un taco y para tomar un camión que me lleve hacia lo más cerca que se pueda de la ciudad de México, que es La Venta, Tabasco. Así que hacia allá parto después de pasar a recoger mis cosas de mi cuarto de hotel y me subo en el camión, durante el trayecto voy pensando en Aidé...

“...yo soy very crazy...”

Y no le gustaba que le dijeran mujer…


  

 

 

MI PRIMERA NOVELA (FRAGMENTO DOS AÑO 1997)

POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

"En la cantina me di cuenta porqué habíamos visto las calles tan desiertas: Tal vez los pistoleros del pueblo habían salido a vacacionar y habían delegado las responsabilidades a los borrachos, que la verdad cumplían al pie de la letra con el mandato abarrotando el lugar con sus pláticas, gritos, demostraciones, y demás parafernalia pueblerina.

 

 

Pedimos cervezas y nos sentamos en una mesa junto a una rockola, al principio se sintió nerviosa de ser la única mujer en medio de puros borrachos sudorosos y yo le recordé que en gran parte eso era andar de aventura y que la vida sin riesgo no vale la pena ser vivida y que a eso habíamos venido y que por cierto, ella traía los cigarros. Detrás del cantinero y la pequeña barra había en el centro de la pared ocupando el lugar de mamá Guadalupe un poster gigante de colección de Julio César Chávez apañando a dos nenas en bikini y bebiendo coronas, hicimos algunos comentarios irónicos sobre el tema y le mostré mi verde envidia, tomamos de las cervezas cruzándonoslas por los brazos y un borracho de pantalón negro y cara ceniza nos abordó para pedirle a Guerda que si quería bailar un ‘pieza’, insistió educadamente a pesar de la negativa y después se fue mostrándonos las palmas de las manos: “está bien, está bien, ya no interrumpo a los enamorados, adiós.” Le dije que no se hubiera negado a bailar con Antonio Rodríguez para que yo les tomara la fotito del recuerdo, ella bajó la mirada, tomó un limón de la mesa y fingió exprimírmelo sobre la cara. Así era Guerda, siempre tonteando y distraída parpadeando dos veces, aunque también luego yo no le veía ni el polvo y se me escabullía. Hice un rápido viaje al servicio de baño atravesando un patio lleno de gallinas y en la pared leí unas palabras: “Aquí nos cogimos a Alfredo el chilango, agosto 93.” Ja, después de los patios de gallinas siempre se encuentra uno con testimonios como estos; bueno, ¿yo que quieren que haga? Mejor vayan al departamento de paquetería: “Canal 5 al servicio de la comunidad, se solicita su ayuda para localizar a las siguientes personas...” Yo quise poner mi graffyti también: “Nunca podrás caminar a través de los espejos ni nadar por las ventanas.” Una frase de Morrison, pero el pedazo de ladrillo se deshizo y solo llegué a “Nunca podrás.” Me le quedé viendo mientras me abrochaba el cierre y me reí, la frase inacabada finalmente acabó por gustarme, porque me sonaba macabra. “Nunca podrás.” Porque también suena retadora, las cervezas me habían pegado y me sentí borracho, así que me reí de nuevo: ¡Ja, ja, ja! Regresé a nuestra mesa pensando que el ‘Nunca podrás’ no se puede aplicar en mi persona y Guerda buscaba una canción en la rockola, programó una de José Alfredo Jiménez y cuando se sentó no dudó valientemente para cantármela, se sabía toda la letra y a mí empezó a darme vergüenza, volteaba a verla a ella y volteaba a ver a la rockola; era un ruido ensordecedor y chillante, la demás gente también lo cantaba, pedimos otra ronda y la carita de Guerda comenzó a ponerse colorada, sus párpados sucumbían, el pelo se le desordenaba, yo tenía que pararme del asiento para besarla, de repente le dije: “oye mujer, ya dejémonos de pendejadas.” (una frase muy directa para el tono en que hasta ese momento nos habíamos tratado, y la impacté con eso, según dijo después de unos días: “David, me asombraste, nunca creí que...”). Etcétera, luego alguien programaba otra canción ranchera, luego otra ronda, luego dos cervezas; era una vida agradable la nuestra y yo empezaba a acostumbrarme a la idea de que nos quedáramos ahí hasta el fin del mundo o hasta que terminara el sexenio, que como ahora todos sabemos, no eran ideas precisamente encontradas. Guerda echó un soplido por sus labios resecos y divinos y estiró las manos sobre la mesa como si quisiera guardársela debajo de la playera, tuve que darle un golpe con el pie. “oye, aliviánate, que va a decir la gente, que nunca te saco a pasear o qué.” Y ya se estaba emborrachando delante de mis ojos atónitos, no había ido a dar su clase de danza por estar conmigo, estaba sola, sola en Dolores Hidalgo con una mochila casi rota y con un poeta que lo único que quería era escabechársela, abría la boca para decir algo pero no decía nada, bajaba la cabeza, (¿Qué voy a hacer con una mujer borracha a estas horas?), su voz sonó como a doscientos kilómetros: “Oye... tú me quieres...?” Y Julio César Chávez me sonreía... “Oye, ja, ¿qué quieres decir con eso? Claro que te quiero pero...” “Tú me quieres...oye, tu no eres como el Pantera, yo no sé cómo le hacen para ser amigos.” (ha, ajá, ahora yo soy quien sabe qué, ¡me estaba comparando! ¡Me había estado comparando todo este rato!). Me había comparado con ese pedazo de mosca y por tanto me sentí encabronado, celoso, di una rápida ojeada a los últimos acontecimientos para examinarlos con ojo clínico, no sabía si ellos se habían visto durante toda la semana o solo el día que llegaron a mi casa, pero obviamente con el no había tenido una experiencia como esta, y esto era lo que más quería ella, vivencias, vivencias, acumular una tras otra vivencia para volverse inalcanzable, ja, (y ¿porqué me río?), por tanto me sentí seguro del todo otra vez y le dije una crueldad: “acábate la chela no? y vámonos.” Y no solo terminó con la suya sino se empinó la mitad de la mía y cuando salimos a la calle casi se va de cuernos sobre una señora que vendía collares exóticos: “eres un gacho, ayúdame.” Dijo mientras yo iba a mitad de la calle y ella se fue por la banqueta.

 

“Debería ser Emilia la que estuviera aquí maestro.” Pensé después de meditarlo mucho, y en ese momento dos sujetos de pinta brava le chiflaron y me puse en guardia inmediatamente sin friquearme, el laberinto de calles y la lejanía mexicana se ceñía sobre nosotros desde todas direcciones, las sombras de las casas crecían, una mujer soltó unas monedas que al caer hicieron un eco tan escandaloso como si hubiera tirado al suelo toda la lana de ‘pégale al gordo’, era la combinación perfecta: ella borracha y yo sin moneda. De repente tuve la visión espantosa de que todo esto podría terminar en una horrible pesadilla, (violación, asesinato, despellejamiento), ideas que me pasaron zumbando la cabeza como luces de carretera en la noche, uy, que me achuté, y me asusté en serio, regresamos a la misma banca frente a los libros usados y la población de la calle aumentaba, los focos de la plaza se prendieron, una maraña de nervios se enredó en mi cabeza: “¿Cuánto dinero traes eh?” “una madre...” (¡Hip!) “¿Qué hacemos?” “Pus tú guapa, no puedes ni caminar, qué hacemos?” Me sentí como un imbécil al preguntar eso he inmediatamente la levanté diciéndole: “Pus vamos a meternos a ese hotel a ver qué vemos.” Era el hotel Posada Coco-macán, que estaba al lado derecho de la catedral y se veía de aspecto muy caro, del tipo de hoteles con arreglos a la mexicana para atraer a los gabachos, ¡y el mexican quite curious! Yo no tenía la mínima esperanza de rentar un cuarto pero por lo menos esperaría a que la borrachera se le bajara, algo bueno pasaría como siempre pasa. Ya enfrente de la puerta dudamos como inditos tehuanos, entonces la abrasé, la rodeé con mi brazo derecho sobre su Levis vieja, (¿Porqué carajos no?): Estábamos lejos de casa y yo pensando que la única causa por la que vale la pena no suicidarse es el desmadre, hacer lo que te da la gana, así que me llené de valor y ella se sonó la nariz haciendo un escándalo, entramos al hotel por su gran puerta de madera con la gloria del ejército Trigarante; cruzamos un pasillo lleno de dudas y de ecos misteriosos como el bosque de árboles con caras de Dorotea, un mostrador al lado derecho, un restaurante al otro, un jardín central lleno de árboles enfrente de nosotros. Dije “buenas tardes” a la señorita con una sonrisa de millonario y ya estábamos adentro de esa atmósfera lejana, “uooooauuu.” empezamos a captarlo todo, miré de reojo pero la mujer ya estaba ocupada en otros asuntos tecleando una computadora; lo que se me hizo raro pero seguimos adentrándonos, al lado del jardín por donde entraban ya las pocas hebras de luz nos topamos con unas escaleras; “órale no, vamos a ver qué honda.” Y la excitación aumentaba y nos sentíamos de peluche y de tripas corazón y de hecho primero nos dividimos y yo me fui por abajo, un mesero pasó por ahí y me saludó, lo que me dio a entender que nadie nos vería como raros especímenes y también lo saludé, “ándale córrele” no le dije, pero estuve a punto, porque yo que he sido mesero sé lo que más les repatea. Anduve por ahí hablando solo y regresé a las escaleras donde ella estaba tratando inútilmente de arreglar su mochila, se veía guapa toda desgreñada como una vagabunda, me dijo que le dolía la cabeza y le pasé la mano por el pelo: “Güey, i can’t belive you, estás bien guapa... ...pus no sé que hacer, espérate tantito, es por las cervezas, ahorita se te pasa.” “...mmme estás dessspeinaaando...” “te voy a despeinar, pero metafísicamente.” Pensando para mis adentros: “qué descarada.” “Ay sí, -me dijo-,juar, juar, juar.” “Ya verás, ya verás...” Subimos las escaleras y no había nadie, n-a-d-i-e, “cáaaamara” “a ver películas.” Avanzamos a pasos lentos como francotiradores y cruzamos como sombras por todo el pasillo, nos detuvimos en la esquina donde la puerta del cuarto 28 estaba entreabierta y “a ver aguanta, échame aguas.” Le dije mientras echaba una ojeada en la habitación y como no había nadie nos metimos de inmediato como si estuviéramos a punto de arrancar en una camioneta robada.

En la habitación reinaba obscuridad total y olor a sábanas limpias, aguzamos nuestros sentidos y los pocos ruidos que hacíamos los empezamos a oír como si salieran de las bocinas de un estadio en un concierto de Metallica, como si desbaratáramos hojas secas a cada paso que dábamos, y eso que pisábamos con mucho cuidado para que la vieja del mostrador no nos oyera, porque estábamos exactamente arriba de ella y su computadora, aunque de hecho estábamos mucho más arriba de todo el hotel, estábamos en nuestro propio hotel. Un hotel descarado y poético podríamos decir. Algo que ya traíamos, algo que ya estaba en sus ojos y yo se lo leía en voz alta porque no podía hacer otra cosa, porque a los recuerdos hay que meterles palabras, porque cuando me acogía en sus brazos sin que se lo pidiera y sentirlos tan amables y tan cálidos en mi cuello era como regresar de nuevo a la senda del mundo, era vencer, instantáneamente, al olvido, a la muerte, a las paredes grises que escurren explicaciones vanas.

 

La poca visibilidad nos hizo tropezar con los muebles y una jarra de agua se tambaleó sobre una mesa, estuvo a punto de caer pero no cayó de puro churro, respiramos y nos reímos como duendecillos traviesos y dejamos nuestras mochilas en una de las camas. ‘Prende-la-luz’, le dije entre murmullos asomándome por la ventana y pensando mil cosas; en la calle la noche ya era más que evidente y clara, la gente transitaba alegremente por su pueblo natal y se notaba un claro ambiente de fiesta pueblerino. Mi respiración quedó impregnada en el vidrio; afuera también teníamos un balconcito de poca madre.

 

Del otro lado de las cortinas la habitación se llenaba de bosque, se llenaba de la textura de nuestras emociones. Guerda no prendió la luz como yo descuidadamente le dije, su borrachera empezaba a disiparse y ya pensaba con más claridad, me dijo que así era mejor para ahorita, aunque yo le reclamé que me hiciera caso y le hice que me diera su explicación solo para ver si estaba segura de lo que decía, haciéndome el enojado y riéndome al mismo tiempo cuando escuchaba sus tiernos y francos razonamientos. Me acerqué a la puerta para ver si escuchaba pasos o si alguien nos había seguido pero nada, el avión de la paranoia se me fue cuando vi que todo estaba tranquilo.

 

“Vamos ganando muñeca... -murmuré-, hay que celebrar.” Quisimos acercarnos pero como todavía no nos acostumbrábamos a la falta de luz me dio un manotazo que me cayó de lleno en la cara, “ay, órale hija, tienes la mano pesada como los albañiles.” Luego nos abrazamos y nos besamos y le dije: “Lo que tú no sabías... (le di un beso)...es que yo tenía esto planeado desde el principio...(otro beso)...viajecito a Dolores Hidalgo con todos los gastos pagados, acá, ja, ja, ja...yea, vamos ganando baby...,When Love Comes To Town.”

 

Se acostó sobre la cama sin hacer ruido y yo me asomé otra vez por la ventana para vigilar, una excitación vibrante me sacudía, sentí mi ropa puesta, sentí las africanas puestas y pensé en mis amigos, pensé en sus luchas y sus soledades, sus pendejadas también, en la calle un carrito avanzaba como un pato y por un alta voz anunciaba que en famoso tugurio habría una fiesta sensacional a las diez de la noche; “¡Mis amigoooos de Doloreees!” Guerda me preguntó: “¿Qué hay afuera?” “Un planeta re feo.” Era por fin nuestra primera nochecita juntos.

 

Me acosté junto a ella, me acarició los brazos con sus manos de niña y nos quedamos un rato como zombies mirando el techo obscuro de barras de madera del que colgaba un candelabro, sin hablar para nada pero con las mechas bien encendidas. De repente nos sacudió de nuevo el: “¡mis amigooos de Doloreees!” Lo más desesperante era que no podíamos hablar en voz alta; cada que escuchábamos pasos y voces en el pasillo nos callábamos pero no pasaba nada; eran turistas, camareras trabajando, yo todavía no creía que habíamos burlado el sistema de seguridad y los radares anti gorrones pero así era. Se me ocurrió una cosa y suavemente la empujé para pasar encima de ella y tomar el teléfono de la cómoda, hice girar el disco como si llamara a la recepción para quejarme del roomservice, porque la verdad era pésimo, ja, ja, todavía no nos traían de cenar.

 

“Bueno, como los del roomservice na’ más se hacen mosca parece que tendremos que sobrevivir a base de pura agua, como Gandhi.” Me paré a la mesa y serví los dos vasos, los dejé sobre la cómoda y prendí una vela. Se zampó toda el agua de un solo trago por su crudita y me pidió más, quité una funda de la almohada y me la coloqué en el antebrazo, fui por la jarra y le serví de nuevo. “¿Desea algo más señorita?” “mmm...pues no sé, ¿qué más tienen?” “mm, oh...tenemos un servicio especial...es solo para señoritas como usted.” (todo esto dicho en voz muy baja y tierna). Dejó el vaso y estiró los brazos hacia mí diciendo solamente: “ven.” Y yo ya era el hombre más feliz del mundo o por lo menos me sentía dentro de esa secta de imbéciles, a-ha, pero a mi manera... ‘in my way...’ como diría Harry el sucio. Me quité las dos playeras y me subí a la cama, comencé a besarla y le descubrí el ombligo, se lo besé alrededor pensando: “oh diablos, la carne, la carne siempre asombra (me expliqué a mí mismo el significado de la carne, esa estupidez filosófica de la dicotomía entre alma y cuerpo, espíritu y materia, blanco y negro, Pepsi y Coca-cola y demás anatemas),no me la voy a acabar.” Subí otra vez hasta su rostro, a través de la cortina la luz de la plaza entraba suavemente iluminándole la cara, sus ojos grandes de mujer catalana me observaban con una expresión burlona y ambigua, Guerda se estaba transformando en un felino y yo pensé: “aquí me quedo maestro, de aquí soy.” Hicimos el amor una vez bajo el candelabro, y luego otra vez, y otra, y ya nada más porque así era suficiente.

 

Algo más tarde, a tooodos nuestros amigooos de Doloreees sonó por última vez, y en las bocinas de la pared comenzó a sonar una musiquita ambiental a lo Raif Connif que a Guerda no le pareció porque estaba fumando recargada en mi hombro y dijo volteando hacia la puerta como si hablara con otra persona: “Oye, que poca, nos tratan re mal no es justo, pongan a Dead Can Dance.”

  

POESÍA Y LOCURA POR PABLO VARGAS ÁNGELES

 

POESÍA Y LOCURA. UN HOMENAJE A LEOPOLDO MARÍA PANERO

POR PABLO VARGAS ÁNGELES

 

El poeta Español, Leopoldo María Panero, nace en 1948 y muere el 6 de marzo de 1914. Era un pájaro de canto negro que fue poseído por vivientes hablantes, rebeldes y desquiciados. Su poesía es un canto de cuervo por milenos transferido. Poe, Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Artaud y muchos otros hicieron su vida y su voz maldita. Tomaron su cuerpo.

 

Su voz tomó mi cuerpo como un estado de sitio. Panero es metáfora de mi nombre propio. Es Pablo con Eros. La fascinación por su obra se convirtió en una invención de mi propia vida. Su fantasma ya me rondaba antes de su muerte.

 

Con Panero experimenté una vivencia de hechizo o posesión demoniaca. “La operación poética -dice Octavio Paz, hablando sobre el ritmo- no es diversa del conjuro, el hechizo y otros procedimientos de la magia…la actitud del poeta es muy semejante a la del mago.”[1] Quien lea a Panero, puede quedar poseído por el canto maldito de un excepcional brujo.

 

Ahora soy un demonio que escribe de otro demonio. Los poetas son demonios que están entre el cielo y la tierra, son el verbo de Eros aguzando los oídos de mortales; inventores de la pasión humana; del canto de la carne. Me congratulo con el embrujo y me dejo llevar por él.

 

Panero enloqueció muy joven y la psiquiatría lo mantuvo bajo las drogas hasta el final de su vida. Leopoldo padeció de la locura y escribió sobre ella, en una estética literaria muy singular, sorpresiva para España en 1970.

 

Panero se quiso matar por primera vez a los 19 años. “Una mañana de febrero no se levantó…En el domicilio familiar, Felicidad [su madre], extrañada, entra en el dormitorio…y lo encuentra tumbado en el lecho con una respiración dificultosa, de extraños estertores…Leopoldo dejó una nota de despedida…Debajo de la cama había dos cajas de fármacos vacías…Somatarax, unos comprimidos para los insomnios de origen psíquico, para impedir la propensión a las pesadillas”.[2] Después de ese evento, tuvo su primer internamiento el 22 de febrero de 1968 en la Clínica Nuestra Señora de la Paz, de los Hermanos de San Juan de Dios en Madrid, hospital psiquiátrico. Años después comentará: “Supongo que en realidad lo hice para llamar la atención y para que me atendiera mi madre, que no hablaba jamás conmigo y de repente me encuentro en un manicomio con un psiquiatra en lugar de con mi madre, que es con quien quería estar.”[3] Las cosas cambiaron para el poeta maldito español. Constantes internamientos, fugas, reingresos, drogas, alcohol, vagancia, otros intentos de suicidio, delirios y alucinaciones y el abandono de su estado físico. Antes del psiquiátrico, la cárcel por participar en manifestaciones comunistas, por alboroto urbano, por tráfico y consumo de mariguana. Después, un largo recorrido por manicomios. Dicen que conoció todos los psiquiátricos de la España franquista y pos franquista. Varias fugas y reingresos voluntarios. Y entre tanto escribía, como conjuros para la locura su poesía, narrativa, traducciones, recopilaciones, prólogos, ensayos y artículos. Su obra en prosa es rica en teorizaciones sobre la locura.

 

Habló públicamente de la locura en diversos espacios culturales y medios de comunicación como en museos, casas de cultura, en radio y televisión. Fue hecho un bufón muchas veces, entretenimiento televisivo para una audiencia sedienta de morbo; poco interesó su discurso. Escribe: “La locura es una estetización de una realidad adversa, y no sólo no carece de sentido sino que su función, por ejemplo en la paranoia, es dar sentido a lo que no lo tiene.”[4] Investigó con intensidad y ese afán lo llevó a ser punta de lanza a finales de la dictadura, en el estudio y divulgación de la obra de Lacan, Deleuze -entre otros- sobre el psicoanálisis, la antipsiquiatría y sus explicaciones de la psicosis y el malestar humano.

 

El poeta de generación, Luis Antonio de Villena, entrevistado al día siguiente de la muerte de su amigo, comentó para el periódico la Vanguardia: “era una persona que buscaba la muerte…Siguió un camino de autodestrucción que podía ser malo, podría estar uno de acuerdo con él o no, pero era el que había elegido. Y si le hubieran dejado seguir este camino, habría muerto hace mucho…prisionero de la medicina legal, debería provocar una reflexión sobre hasta qué punto la sociedad puede hacer lo que ha hecho con él…En esos años nunca mejoró, se le podía considerar un preso de la medicina. Si en el manicomio le hubieran curado, todo habría tenido sentido, pero simplemente le contuvieron, e iba lentamente a peor…Panero se convierte en una metáfora terrible contra todos...”. Y concluye Antonio de Villena: “Deseo de ser un piel roja, aunque es un poema muy juvenil, de alguna forma estaba muy dentro de él.”[5] Significaba ser un hombre no civilizado.

 

Sitting Bull ha muerto y no hay tambores

para hacerlo volver desde el reino de las sombras.

Deseo de ser piel roja.

Cruzó un último jinete la infinita

llanura, dejó tras de sí vana

polvareda, que luego se deshizo en el viento.

Deseo de ser piel roja.

En la Reservación no anida

serpiente cascabel, sino abandono.

DESEO DE SER PIEL ROJA.

(Sitting Bull ha muerto, los tambores

lo gritan sin esperar respuesta.)[6]

 

Panero piensa la locura como efecto de una sociedad e historia que niegan la animalidad humana, y adopta en su escritura el concepto de forclusión de Jacques Lacan para hablar de la sociedad que forcluye al salvaje, pero que siempre vuelve porque la animalidad no puede ser abolida, incide cíclicamente como una parte maldita que “Está al otro lado de la historia, como lo que se opuso a ella desde su principio. Y sin embargo, la historia no tiene otro futuro que ese: su aniquilación momentánea, semejante a un orgasmo. Y nosotros, esperar al héroe que, seduciendo nuestra parte histórica o social, nos lleve a la guerra y a la muerte, a la anti-historia. No hay pues, espiral ni progreso alguno. La historia es un retorno cíclico a su desaparición.”[7] A partir de 1973, toda su escritura estará minada de referencias y explicaciones breves, complejas, contradictorias y luminosas sobre la locura. A Leopoldo, le hubiera gustado ser piel roja en el mundo contemporáneo, pero el hombre piel roja o está en una reservación o en un hospital psiquiátrico.

 

Contra el conocimiento formal y la academia, Panero escribe en una intertextualidad y yuxtaposición entre filosofía, sociología, antropología, psicoanálisis, magia, literatura, esoterismo y poéticas, que la locura es un producto de lo social, no llueve del cielo: “No hay locos, sino enloquecidos. La locura es una reacción normal ante determinadas situaciones de jaque mate social o microsocial.”[8]

 

“Esta es toda la sabiduría que había en los antiguos –escribe María Panero-, aquélla que se resume en nombrar a la locura, en lugar de con paradigmas psiquiátricos, con epítetos que no disimulen ni ataquen su extrañeza. Es norma de modestia reconocer que lo que se ignora es un misterio, no un absurdo. Por el contrario, la psiquiatría, la única y verdadera forclusión, sella de antemano y para siempre las puertas del manicomio: el saber de la locura como algo que no existe, ya que la palabra esquizofrenia no es sino una denegación simbólica, aquello que Lacan llamara forclusión o exclusión definitiva del campo del lenguaje. Por el contrario, cuando se afirma que el loco es un ser humano, se está diciendo que nada de lo humano es extraño, y que el hombre no es exterior al hombre…el género humano no soporta demasiada verdad. Que el arte nos salve de aquélla, que la palabra nos esconda, que muramos dormidos en el agujero del sueño.”[9]

 

Leopoldo María Panero, murió dormido cerca de la media noche: fallo multiorgánico. Muchos años de dolor, de medicamento psiquiátrico, de cigarro, coca-cola y un cuerpo mortificado.

 

Para qué despertar si afuera me espera

Otra vez el hombre miserable

Prefiero ver dormido cómo mueren los ojos

Y cómo se desnudan las claras doncellas

Esclavas de la nada

De la nada que brilla con pie desnudo en el silencio…[10]

 

Panero fue un piel roja hospitalizado como en una reserva de pieles rojas en Dakota del sur. Gozaba de régimen abierto para salir y entrar, con algunas reglas; al parecer, lo trataban bien en general. ¿Qué hacer con la locura? Aunque siempre detestó el sitio siempre regresó. No podía sobrevivir en sociedad. Nunca pudo estar mucho tiempo fuera, de inmediato se metía en problemas. Sus conocidos más cercanos hablan de él como una persona dócil, tierna, obediente. Un paciente tranquilo; solitario se le veía pasear por los cafés y librerías de Palma de Mallorca. Recibió abundantes visitas y generosamente aceptó hacer entrevistas y participar en varios proyectos literarios y artísticos en conjunto.

 

Su obra es una poética del desamor, la animalidad, la locura y sus efectos: el vacío, la violencia, el odio, el terror, el cuerpo en fragmentos hinchado en sus orificios, con sus fluidos desbordados, el excremento, la orina, la saliva, el semen. Su lenguaje era el de la destrucción, el sin sentido, el neologismo, la repetición, el collage. En el ritmo de su escritura podemos ver la forma de su cuerpo, la dimensión de su ser. Fue poseído por Lacan y su teoría de la forclusión y por Freud, Jung, Ferenzcy, Deleuze -por mencionar algunos de los más importantes- y los hacía converger, soportar su conjetura del mal entre contradicciones y analogías. “La teoría lacaniana de la forclusión es lo que más claramente explica este interdicho: aquel hombre que se halla fuera del cogito devenido ley imperativo no es capaz ya para siempre de sentido o de razón, y no es un hombre. El neurótico sí, es “medio-hombre” y puede hacer como Torrebruno, el papel de payaso en la comedia psicoanalítica –la <>- buscando en vano acceder a un signo todopoderoso…Ningún delirio tiene más estructura que la de la esperanza, la de <> como apunta Lacan…”[11]

 

Con Panero se experimenta una sensación fugaz de comprender qué es la locura. Fugaz porque enseguida se oscurece su escritura en un tejido intertextual complejo, abundante, repetitivo y caótico de gran riqueza filosófica e imaginativa. Por unos instantes, la verdad sobre la condición humana y su tragedia aprehendemos. Es un espejo metafórico donde todos tienen su retrato:

 

“Todo hombre es en sí un continente, no una isla. El deseo del hombre es deseo del otro. Por ello cuando alguien cae caemos todos con él. Por ello ninguna tragedia es concebible en solitario, llovida del cielo. Es más, la soledad es imposible: está poblada de fantasmas… Y viceversa, de mi tragedia tu oscuridad emana. No eres un hombre, estás marcado por la oscuridad. Por no haberte arriesgado a perder el sentido, he aquí que careces de él.”[12]

 

El canto maldito de Panero no perecerá con su muerte, viene de milenarios cuervos y nuevos herederos de estos cantos vomitan nuevos versos. Irrumpe su voz ahora y trae la gracia y la luz al Golem.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


LA GRAN URUK QUEMA LOS CUERPOS

POR PABLO VARGAS ÁNGELES

 

Todo es abrumador, la gran Uruk quema los cuerpos, las gargantas de los seres son fuego.

Me arden estas piernas y me pesan, me arde la garganta.

 

Quisiera desaparecer, dejar la tierra, dejar la vida.

Mal se come, se duerme, se vive aquí en Uruk.

 

¿Qué trabajo y qué amor?

La paz y la contemplación no son de Uruk.

 

Tal vez está cerca un incendio devastador o tal vez Uruk estará aquí dos mil,

cuatro mil, seis mil años más como un infierno glorioso.

 

No veremos el derrumbe de Uruk.

 

¿Quién vive en Uruk milenaria y sin gobierno?

Prostitutas, ricos, esquizofrénicos,

sicarios, enamorados, narcisistas, pobres,

enajenados, revolucionarios, abandonados,

psicoanalistas y poetas.

 

¿Y de qué pueden escribir los poetas de Uruk?

En algún tiempo, fueron guías de los hombres,

ahora los poetas viven en su isla

en una larguísima ausencia

y ahí están bien porque no tienen nada qué decir.

 

Uruk fue un error y los poetas se la pasan vomitando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ANAGNÓRISIS 23

POR PABLO VARGAS ÁNGELES

 

Alicia tendida y lejana en su estado de coma

sintió a Benigno entrar y quedarse.

 

(Otro amante en otra habitación

incrédulo ya de las palabras

se repite:

“no hay nada más triste que el amor roto que aún vive”.)

 

La bella durmiente del hospital

“El bosque”,

despertó tiempo después;

no por un beso azulado de príncipe,

sino por la cogida de Benigno,

el enfermero, que tiempo después,

roto de amor,

decidió colgarse del techo en su celda.

 

La bella durmiente del hospital

“El bosque”,

despertó tiempo después,

con dos vidas a costa de una muerte.

 

Nacido en Naucalpan, Estado de México en 1974, Pablo Vargas Ángeles es poeta y psicoanalista, formación de la que se ha servido para robustecer la creación de oscuros personajes poéticos que describe con una exactitud reveladora.

[1] Paz, Octavio, El arco y la lira, FCE, México, 1998, p. 53.

[2] . Fernández, J. Benito, El contorno del abismo, Vida y leyenda de Leopoldo María Panero, Tusquets, España, 1999, p. 98.

[3] Ibíd. p. 99.

[4] Panero, Leopoldo María, Aviso a los civilizados, Libertarias, España, 1990, p. 26.

[5] http://www.lavanguardia.com/cultura/20140306/54402850239/luis-antonio-de-villena-panero-era-una-persona-que-buscaba-la-muerte.html

[6] Panero, Leopoldo María, Poesía completa (1970-2000), Visor, España, 2000, p. 64.

[7] Panero, Aviso a…, op. cit. p. 22.

[8] Panero, Leopoldo María, Y la luz no es nuestra, Libertarias, España, 1993, p. 15

[9] Ibíd. p. 19.

[10] Panero, Leopoldo María, con Félix Caballero, Presentación del superhombre, Valdemar, España, 2005, p. 27.

[11] Panero, Aviso a…, op. cit . p. 55.

[12] Panero, Y la luz…, op. cit. p. 15.

PORQUE USTED LO PIDIÓ, LA NOVELA QUE TODA LA INTELECTUALIDAD EUROPEA CONSIDERÓ IMPOSIBLE QUE LA PUDIERA ESCRIBIR UN MEXICANO!!

  VESTIGIOS DE CERRO HERMOSO         MARCOS GARCÍA CABALLERO     Para el Lic. Miguel Castillo Morales y El Filósofo Óscar de l...