domingo, 5 de octubre de 2025

CUENTO DE NAVIDAD HISTÓRICO POR MARCOS GARCÍA

 

CUENTO DE NAVIDAD HISTÓRICO.

 MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

Para empezar ahorrémonos los chismosos vocablos supuestamente novedosos  del grosero referente inicial “resulta que esto o lo otro”, y comencemos este aparatoso cuento navideño (como lo son todos los demás) a la manera de alguien ahondando hacia lo profundo de una alberca diáfana, como en el acto de quien busca rescatar una joya o un collar valioso extraviado  hace pocos segundos por su pareja; sólo que en este caso la joya se trata de  mi memoria particular y rescatémosla para que  luzca refulgente y, a través de ella, vislumbremos todo el cuadro de la cena de  Nochebuena del año 2010 de mi familia. Ahí son cerca de las diez y media de la noche y es el momento de dar los regalos a los niños. El abuelo materno, noventa y tres años cumplidos, habla y se involucra ya demasiado poco, persigue la conversación con los ojos medio cerrados y se enfurece demasiado azotando el bastón en la mesa del radio, su único contacto con el mundo porque además está casi ciego. Mi madre y mis tías ocupan desde hace cerca de nueve años el lugar de capitanas de abordo cuando la familia entera se reúne y esto, sobre todo, porque las cuatro tienen muy buen sazón. La sirvienta sólo se dedica a cuidar al abuelo y en sus ratos libres, a chismear con el novio y las vecinas. Mi tío político, de origen escocés, acaba de volver de Inglaterra con mis primas. Ha traído buenos regalos para todos desde Heatrow. Para mi abuelo, un par de botellas de genuino whisky escocés. Se me hace agua la boca de solo mirarlas. Una de mis tías se las lleva al sillón donde mi abuelo está empotrado y al abuelo le sale con una voz desmadejada y cavernosa el agradecimiento:

—Aah, gracias Jimmy, whisky Glenfiddich, es muy bueno…mmm…                             

Y vuelve a cerrarse en sí mismo y a cavilar meditaciones sobre mi abuela. Ella murió en 2005. Y como cada año desde entonces, todos resentimos su ausencia en éstas fechas. ¿Pero y quién entonces es el hombre fuerte de la casa? Ahora sí puedo decirte que “resulta” que ése papel lo ocupo yo como el primogénito de la familia y, entonces, para alejar el espectro de la ausencia triste de la abuela muerta, me apuro haciendo chistes a las primitas pequeñas y los otros chamacos  sobre sus regalos y recuerdo que una de mis tías me ha comentado hace un par de noches que compramos los preparativos para ahora mismo, que entre los antepasados de la familia se encontraba alguien que logró… pero ya leíste el título del relato. Entonces ahondemos más atrás, vayamos más allá de la memoria personal para llegar a la verdadera joya, e imaginemos otro aspecto para todo el inmenso territorio del Valle de México; no veremos edificios modernos ni multitudes ni nada que nos parezca un referente a la megalópolis monstruosa de la actual Ciudad de México.

            El referente exacto comienza en Francia, en París, en la Revolución Francesa y con la Toma de la Bastilla; quizá en esos albores de la modernidad (esa sí, que a no dudarlo, comenzó con ese magno hecho histórico) podamos ver las calles de París dejando atrás la vieja arquitectura gótica y dando paso a las novedosas construcciones de vidrio. Como se sabe, Charles Baudelaire, uno de los tres o cuatro  grandes poetas franceses del momento (y no hay que decir que tuvo y tiene todavía una influencia enorme en la literatura universal), paseaba por ahí con alguna de sus amantes planeando su obra cumbre: Las Flores del Mal. El poeta nació en 1821, pero la toma de la Bastilla fue antes. Mis antepasados por la parte materna se remontan al año 1790, cuando nació Laurent Duprée y formó luego su familia con La Bella Anita. La Señora Duprée estaba embarazada cuando fue separada de su marido, así que dadas las condiciones en Francia en aquella época, sabemos que Laurent Duprée nació en alguna cárcel hedionda como cañería.

            Es entonces cuando se anima la Nochebuena de la familia, porque mi tía, copa de vino en la mano e hijo pequeño restregándosele en los pantalones, nos tiene la semblanza nada menos que de ¡la genealogía de la familia! “¡Hey, presten atención a su tía!”, le grito a tanto mocoso y mocosa corriendo entre moños deshechos, regalos  y un árbol de Navidad verde con esferas rojas y azules que, ciertamente, no fue comprado en las faldas del Popocatépetl, como se acostumbraba cuando yo era niño y, supongo, los mayores defendían este abolengo que, intuyo, ya no es algo que propiamente me pertenece de facto: en mi niñez yo jugaba otro rol o era otra etapa  en esta familia, y para no desperdiciar ni un solo adjetivo sobre el niño que fui (no acostumbro hablar para nada de mi infancia, ni en lo personal ni en lo escrito), prefiero asistir completamente oídos abiertos a esta cena y llevarme la joya del relato. (Ojo eh: todo esto es solamente evitar el papelón de ser el hombre fuerte de la casa y estar, simultáneamente, en el desempleo desde hace un par de meses. Espero que Laurent Duprée me lo perdone hasta allá donde se encuentre.)

Dice mi tía: “De la cárcel llegaron a escapar debido a la amistad que la doncella desarrolló con el carcelero… Su padre y hermanos mayores huyeron en tanto a un convento, en donde permanecieron por varios años. Sus hermanos fueron pintores, aparentemente de la escuela de Delacroix. Una vez ya fuera de la cárcel, la Sra. Duprée e hijo se marcharon al pueblo y casa de la doncella, pueblo posiblemente localizado en un valle de los Alpes franceses.”

“Laurent creció como hombre del pueblo, estudió medicina, fue un hombre de ideas liberales que casó con una mujer del pueblo (plebeya) que era conocida como La Bella Anita. Fue menospreciado por sus hermanos por la vida sencilla que llevaba, particularmente por la elección de su esposa ya que sus hermanos siempre fueron conservadores y se sentían nobles y aristócratas. Como tantos otros en busca de nuevas oportunidades, Laurent y su esposa viajaron al nuevo mundo y llegaron a México, posiblemente hacia 1810 o más probablemente hasta alrededor de 1821 o poco después. (Ojo eh: ¡Pisaron tierra mexicana mientras Charles Baudelaire nacía y terminaba la Guerra de Independencia de México!). En este país ejerció su profesión, particularmente trabajó en la lucha contra el cólera, enfermedad que hacía estragos en el puerto de Veracruz durante los años veinte del siglo XIX. En México nació su descendencia que consistió sólo de mujeres; una de ellas llamada Celestine, se casó con un ingeniero de minas inglés recién acabado de arribar. Laurent, quién a la posteridad fue referido en la familia como Bon Papá, murió en Veracruz combatiendo el cólera.”

—Pero la historia no termina ahí ¿verdad? —digo mientras sostengo en mis piernas a su hija y termino de leerle un fragmento de un cuento de los Hermanos Grimm, de un grueso volumen de edición inglesa, que le tocó de regalo.

—No, claro —dice mi tía— continúa nuestra descendencia con Marie Celestine Charlotte Duprée, que se casó con Henry Glennie.

“Los Glennie eran escoceses, dos de ellos vinieron a México: Henry Frederick y William, en tanto que otros se cuenta que fueron a África, a Camerún; todos eran ingenieros de minas. En su viaje a México su barco naufragó, así que los sobrevivientes subieron a las lanchas de salvamento. La lancha donde iban los Glennie tenía un agujero que al parecer estaba taponado, pero el tapón se perdió y entonces empezó a entrar el agua. El abuelo Glennie usó su sombrero y puso encima su rodilla y de esta forma lograron salvarse. Debido a este heroico incidente quedó mal de su pierna.”

“En México hicieron una excursión al Popocatépetl en 1827, la primera excursión reconocida[1] donde colectaron muestras de roca y tomaron mediciones barométricas para calcular su altura, (aproximadamente 5,450 metros sobre el nivel del mar) mismas que ni siquiera Humboldt había realizado, así como también se dedicaron a hacer otras observaciones de exploraciones a otras partes del territorio nacional.

 “Uno de los Glennie llamado Henry fue el que se casó con Celestine, la hija de Laurent Duprée y tuvieron tres hijas: Ana Carlota, Laura y Constanza. William debió haber tenido al menos un hijo de nombre Frederick que continuó con la tradición minera.”

“De Celestine Duprée, inglesa (escocesa por matrimonio), se cuenta una anécdota igualmente heroica. Cuando se alzó Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya (1859), sus hombres quisieron asaltar la casa donde vivía la familia de Henry Glennie, estando éste presuntamente ausente (¿quizás trabajando en alguna mina?) y su mujer acabada de parir y con hijas jóvenes adolescentes (Ana Carlota de 17 años y Laura algo menor), Celestine Duprée escondió a sus hijas y en el momento de querer entrar los asaltantes, con una bandera inglesa en la mano se les enfrentó gritando: “¡Éste es territorio Inglés, si entran se atienen a las consecuencias!”, y era cierto, para ese tiempo su marido ya era cónsul. Los asaltantes titubearon pero finalmente se retiraron.

“Parece ser que después de este episodio ella murió alrededor de 1860 y después de ella su pequeña hija recién nacida llamada Constanza. Ana Carlota (nuestra lejana parienta) casó con un alemán: Diedrich Graue, con quien tuvo 10 varones y 2 mujeres, de ahí proviene nuestra parentela con los Graue, como el destacado Doctor Enrique Graue, director de la Facultad de Medicina de la UNAM.”

“Diedrich Graue  llegó a México como cónsul de Bélgica, hecho un tanto extraño ya que era alemán, procedente de Hamburgo. Él era comerciante y recordaba nuestra abuela (que fue su nieta) que era muy exigente en la atención que se le brindaba, particularmente en lo concerniente a los alimentos. Comía y cenaba de lo más formal y nunca permitía que se le repitieran las mismas viandas de una comida a  otra, sino que cada vez se le tenían que ofrecer platillos diferentes y variados. Con frecuencia había en casa vinos y productos de procedencia alemana. Era adinerado y seguramente gordo.”

“Ana Carlota —la adolescente que defendiera Celestine— era una mujer culta y desenvuelta para su época, nació el 6 de agosto de 1843, hablaba varios idiomas y viajó bastante, tal vez debido a quedar huérfana de madre en edad temprana. Su padre Glennie la envió a Inglaterra para que se educara y asistió a la Abadía de Westminster. De joven concurrió a los bailes de Maximiliano (llevados a cabo durante 1863 y 1867, tiempo que duró el imperio de Maximiliano) y muy probablemente ahí fue donde conoció a Diedrich Graue, cuando éste llegó como cónsul belga. Ana Carlota tuvo 10 hijos y 2 hijas. Una de las hijas fue Carlota Elizabeth, madre de mi abuela, la otra era una mujer con discapacidad intelectual, algo “retrasadita”, decía mi abuelita, llamada Tía Nenita. Entre las manías de esta tía, prueba de su “retraso mental” (¿autista quizás?), estaba que le gustaba guardar y atesorar retazos e hilos.” En este punto de la historia todos los varones presentes nos reímos incluido el abuelo y las niñas de la familia presumen sus talentos escolares: “Yo tengo 10 de promedio, ¿eh Mateo?” “Y yo soy la mejor de mi clase de gimnasia, eh?” Pero les digo que mejor escuchen porque esto es importante.

Para ese momento ya he logrado probar el Glenfiddich que Jimmy le ha regalado a mi abuelo, por lo cual a mi árbol genealógico ya puedo olerle la resina como a la de un pino de los Alpes Franceses y sólo pienso: “Qué cosa más curiosa,  hasta hace sólo seis años un descendiente de Bon Papá vestía con playeras de The Cure, U2 y Placebo.” Pero mi tía continúa con la historia: “La hija mayor de Ana Carlota fue Carlota Elizabeth, que nació en 1869, la cual casó con Julius Bacmeister-Poggenphol (1855 –1932), un hombre de carácter afable y de origen alemán, que llegó a México como contador de la casa Böker. Pertenecía a una familia numerosa, su madre -Luisa Poggenpohl- había tenido 7 hijos y según las leyes del Kaiser el séptimo podía merecer toda su educación a cargo del estado. No obstante su orgulloso padre -Lucas Bacmeister- no aceptó este beneficio. Cinco de sus hermanos fueron militares a excepción de él y su hermano Ludwig, que fue arquitecto o ingeniero, y con quien vino a asentarse a México.”

“Perteneció a una familia con un gran orgullo de sus orígenes, su árbol genealógico, reconstruido por los Bacmeister que permanecieron en Alemania, se remonta ¡a 1284!, siendo muchos de sus remotos integrantes abogados y reverendos protestantes. Fuera de Alemania, los Bacmeister se encuentran en Inglaterra y Estados Unidos, además de México. Julius Bacmeister tenía un defecto físico que le impidió seguir el camino de sus hermanos militares si hubiera querido (dicen que si quería) y esa limitante para ingresar al Ejército era que estaba ligeramente cojo. Esa cojera la adquirió debido a que en su juventud al patinar en un lago helado se le hundió el pie y quedó por mucho tiempo en el agua helada, hecho que produjo su cojera.”

“Carlota Elizabeth, decía mi abuela, era una mujer muy encerrada en su casa. Como fue prácticamente la única hija mujer ayudó mucho a su madre cuidando a sus hermanos, sobre todo porque su madre tenía muchos compromisos sociales y pese a que seguramente tenían servidumbre suficiente para apoyar en estas actividades. Creció en un ambiente de riqueza, con la presencia de una figura paternal autoritaria y tradicional, tomando responsabilidades que no le correspondían, pero siendo tal vez un tanto inútil en varios aspectos en los que su madre y padre se desenvolvían con soltura. A Carlota Elizabeth la llamaban Lilly. Tuvo ocho hijos. Las cuatro mujeres fueron Luisa, Ema, Elsa y Margarita (nuestra abuela: 14 enero 1897 - 18 mayo 1980), es decir, la tatarabuela mía: de Mateo Gargallo Castellanos el que cuenta este relato ¡¡para la pedantería remota!!). Ema murió a los 13 años de una lesión cardiaca, la cual adquirió siendo pequeña como consecuencia de haberse caído a un pozo, de donde afortunadamente pudo ser rescatada. Tenía un cabello largo muy hermoso que cortaron antes de enterrarla y dice mi abuela que en ocasión de exhumarla para el entierro de un familiar, el cabello le había vuelto a crecer, aunque ya no de su rubio color original, sino de un tono grisáceo-opaco.”

“Los cuatro hijos hombres fueron Lucas Heinrich, Julius Carlos, Wilhelm Walter Diedrich y Friedrich Georg. Este último murió de 2 años debido al parecer a haberse tragado un objeto que le impidió respirar bien, le hicieron traqueotomía pero no funcionó. Julius se dedicó a la música y trabajó en la estación de radio XLA; él se consideraba el más brillante intelectualmente hablando de la familia.”

 “Tenemos foto de Lilly de viejita (foto 4 generaciones: la tatarabuela, la bisabuela, mi abuela y mi mamá), tenía un aspecto totalmente Graue y con eso quiero decir que no era muy agraciada.” En ese momento todos vemos la foto escaneada que luce inolvidable, como nuestro tesoro de navidad.

A estas alturas la narración ya toca tiempos más cercanos, referentes a la unión de la abuela Margarita Bacmeister Graue, con el abuelo Manuel Ignacio Miranda Díaz.

 “El padre del abuelo Miranda, era abogado. No se sabe mucho de él o su familia, salvo su memorable muerte: en una ocasión, la última, al estarse rasurando en su casa de Tacubaya sucedió que una góndola se soltó y fue a incrustarse dentro de su casa, matándolo por unos vidrios del espejo en el que se veía al rasurarse, los cuáles se le incrustaron en el vientre.”

 “El abuelo Miranda le llevaba catorce años a nuestra abuela, se conocieron en el trabajo que la abuela tenía de traductora en una revista geográfica similar al National Geographic que se llamaba El Mundo Ilustrado. Cuando se conocieron la abuela tendría entre 22 y 23 años (se consideraba algo mayor a una mujer que a esa edad no se hubiera ya casado) y había perdido los valores más preciados para esas épocas: virginidad y juventud”.

“De cómo perdió su virginidad la abuela y sucedieron los hechos que la marcarían de por vida, es todo un enigma, aunque es algo que al parecer sucedió en sus 17 años. Una primera historia que me fue contada es que había sido por un joven cadete militar y que por andar con él, sin la tutela debida, quedó embarazada de un niño que al nacer le fue arrebatado y asignado a una empleada doméstica como si fuese suyo. La familia obligaba a la abuela recién parida a asistir a los bailes y compromisos sociales, cuando el bebé requería de su presencia simplemente para alimentarlo, de hecho iba “chorreando en leche”. El bebé murió y el cadete nunca regresó. Después resultó que esa historia no era válida y que la abuela fue violada, pero ¿por quién? ¿Por un familiar, como con más frecuencia sucede?, ¿quién sería? ¿un hermano? No creo, ¿primo, tío? A eso me inclino más, o tal vez fuera una amistad cercana consuetudinaria, el caso es que quedó embarazada y efectivamente el nene se perdió.”

“Sea como haya sido, en ese estado en el que quedó, habiendo perdido virginidad, con un embarazo ya en la historia de su cuerpo y siendo ya no una jovencita es que conoció al abuelo y la historia parcialmente se repitió, volvió a embarazarse, ahora de quien sería nuestra mamá, a sus 24 años. En algún momento pudo escapar con su bebita de su casa, donde la tenían poco menos que secuestrada o en estado de sitio por reincidente, e inició su vida con el abuelo a un lado, pero ausente. El nacimiento de otra hija, Elena, marca el establecimiento de este nuevo régimen de unión de larga duración, aunque sin casamiento, como lo atestiguan los subsecuentes alumbramientos de Nacho, Beatriz, Manuel, seguidos por los de Gabriela y Carolina, esta última a quien tuvo a sus 47 años.

Del tiempo en que estuvo con su hija recién nacida en la casa paterna se tienen las anécdotas de que las hermanas no querían usar el mismo bacinal que ella porque quién sabe qué hubiese contraído de “el indio”, como le decían al abuelo, y como ésta seguramente otras humillaciones. En este tiempo tuvo una nutrida correspondencia con el abuelo, misma que rompió posteriormente cuando su estado de senectud avanzaba, incluso yo llegué a ver y medio leer algunas de ellas y cómo me arrepiento de no haber guardado algunas, ya que lo pude haber hecho.”

“Enfrentó las diversas adversidades que tuvo sin queja y buen ánimo, no tenía otra forma. Rompió con la familia: nada de contactos sociales con la sociedad germana o extranjera, renunció al propio idioma y a la religión presbiterana, pero no a partes de su educación germana, a la tradición doméstica y al orgullo aristocrático. Mantuvo casi sola a su familia, pues el abuelo prácticamente no contribuía más que con la transmisión de sus cromosomas. La manutención de su familia se hizo progresivamente más difícil conforme la prole crecía en tamaño y en número, con lo que se reducían las posibilidades de desarrollo de los mayores. Los trabajos que conseguía no eran muy bien remunerados, en parte por su falta de preparación y en parte por su estigma. Aunque tenía su carrera de educadora era en realidad imposible vivir de ella. Una persona que le ayudó a conseguir estos empleos fue Ludwig el marido de Luisa, su hermana. No obstante sus hermanas siempre fueron despreciativas hacia ella brindándole supuestamente ayuda con donaciones de objetos inservibles por desgastados y caducos y “cantando” siempre los apoyos que le hacían. Entre sus hermanos el que le brindó más comprensión y compañía fue Willy.”

“Al final del camino logró lo que quería: tener y llevar a buen término a sus hijos, que tuvieran una educación elemental y “casarlos bien”, sobre todo las mujeres, el que por poco se le escapa fue Manuel. Como es de esperar en familias con padre de personalidad dominante pero ausente, los varones fueron de más difícil crianza.”

“Y aquí estamos nosotros —dice mi tía— en Navidad del 2010, los hijos y nietos de sus hijos rememorando un poco de dónde venimos, admirando a nuestros maravillosos antepasados, cada uno con una historia a cual más interesante y admirándonos también de cómo pese a tener los mismos padres (o madre en específico en su caso), pueden los hijos salir con tan diversas inclinaciones, gustos y preferencias”.

Esta conversación duró hasta las dos de la madrugada. Por supuesto mis otras tías y mi madre también comentaban todo lo genealógico, Jimmy y yo bebíamos  Glenfiddich; los  chamacos, después del relajo que causaban,  fueron llevados a acostar y se volvió a comentar en la mesa temas de actualidad como la política, los libros o  la ciencia. Corrieron los vinos y las botanas de jamón serrano con queso chihuahua, el lomo y la ensalada con crema de nuez; el otro whisky Glenffidich  que sabía maravilloso y qué decir que también por parte de mi abuelo materno sé  de  grandes historias,  una en particular, en que en su juventud él y su pandilla de la preparatoria de San Ildefonso conocieron  a Diego Rivera en oscuras circunstancias de grillas políticas y una anécdota comunista entre todos ellos  la conjugué con los jóvenes personajes de los años noventa de una novela que ganaría el Premio Nacional “Salvador Gallardo Dávalos” de Narrativa Joven  y en verdad, la nochebuena  iba estupendamente hasta que mi abuelo preguntó desde el sillón:

—Oye Mateo  y a ver ¿cómo  va  el trabajo, a ver?

 Yo le contesté: —mira, la verdad soy podador de árboles genealógicos.

—¿Podador de árboles genealógicos? ¿Y Cómo es eso?

Y dije: —Si sigues chingando vas a ver mi oficio: voy a meter todas esas medicinas que te mantienen con vida al horno de micro hondas y después las voy a rociar con el whisky que te trajo Jimmy y ya verás como sí soy podador de árboles genealógicos.

Entonces la Navidad del 2010 estalló… creo que hasta el niño dios del nacimiento se puso de espaldas y prefirió pasar sin ver… todo mundo a la mañana siguiente festejó sus regalos y yo, por querer pasar por el hombre fuerte de la casa ni me dieron nada por no respetar tan sagrada dinastía… así que salí temprano a buscar a mis amigos para tomar unos vinos y hablar de esa locura favorable para los versos que tenía el fulano de tal llamado Charles Baudelaire… total –me dije– ese güey sólo escribía versitos y nunca escaló un volcán para medirlo, pero al pensarlo, rectifiqué: “¿Entonces, si no es por él, por quién chingados voy a brindar con mis amigos?”

 

Al respecto de sus actividades, como bien señalan[2]  algunas fuentes, hubo varios ejemplos de mineros británicos asociados con empresarios mexicanos que tuvieron injerencia en la minería. Tal es el caso de William y Frederick Glennie, quienes llegaron a México contratados por la United Mexican para trabajar en Guanajuato; su integración fue casi inmediata conforme ampliaron sus intereses mineros y los relativos a las actividades científicas y recreativas de reconocimiento del territorio al escalar el Popocatépetl en 1827. Aún cuando la compañía fue perdiendo vigor, se establecieron en México vinculados activamente a la minería. Sus ligas con Inglaterra fueron de utilidad a ambas partes, ya que su conocimiento del país y los mexicanos era una ventaja para el gobierno británico, que nombró a Frederick como Cónsul General en 1853[3].

Esto aparece en el libro de Ward (pág. 9), donde los señalan como hombres de ciencia: “Aludo en particular a... y al Sr. Glennie, uno de los comisionados de la United Mexican Asociation, quien ha trabajado infatigablemente en sus investigaciones…. El señor Glennie posee una serie de observaciones, hechas por él mismo, que comprenden desde Oaxaca hasta Chihuahua y Guaymas”.

 

 

 

 

 

 



[1] Alma Parra, “La conquista del cráter, el diario de viaje de dos mineros británicos al Popocatépetl” Rev.Historias, INAH, n. 69, p. 133-141, 2008. Artículo en línea en: http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/articulos/historias_69_133-142.pdf

[2] Alma Parra y Paolo Riguzzi, “Capitales, compañías y manías británicas en las minas mexicanas, 1824-1914” de. Rev. Historias, INAH, n. 71, p. 35-60, 2008. Artículo en línea en: (http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/articulos/historias_71_35-60.pdf)

[3] The Annual Register, Londres, Wood fall & Kinder, 1854, p. 292.

NOTICIAS DE DADA POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

Noticias de Dada

 

 

“Es necesario animar el arte con la suprema simplicidad: novedad.

Se es humano y auténtico por diversión, se es impulsivo y vibrante para

crucificar el aburrimiento. [...] y no quiero explicar a nadie porqué

odio el sentido común.” 

                                                                                           

                                                                        Manifiesto Dada de 1918

 

                                                                                              Tristan Tzara

 

El arte moderno no nació por evolución del arte del siglo XIX. Por el contrario, nació de una ruptura con los viejos valores decimonónicos. Pero no fue una ruptura meramente estética, sino el producto de toda una revuelta gracias a razones históricas e ideológicas cuyo origen mismo se halla en el siglo XIX y que su consecuente crisis en aspectos espirituales y culturales dio lugar al arte moderno. El padre teórico del proyecto humano del siglo XX, Carlos Marx y sus hijos putativos, traicioneros o fieles (aún ahora existen ambos casos) pueden constatar para que se den un quemón, cómo según la Enciclopedia mundial de relaciones internacionales y Naciones Unidas, en un periodo breve y relativamente tranquilo (1960-1982), habla de sesenta y cinco conflictos armados (y eso que no menciona ninguno en que haya habido menos de mil muertos). Vanguardias artísticas y conatos de vanguardia se alimentaron del cadáver de Marx: El siglo XX abierto como posibilidad para instaurar de plano a Tomás Moro y paradójicamente determinado a concluir en un supuesto fin de la historia. No me atrevo a profundizar en esta discusión, pero creo que las vanguardias artísticas existirán: me atrevo a insinuar que cuando la globalización actual y sus procesos de hegemonía unipolar representada por los que detentan el poder en Estados Unidos (los puestos políticos más importantes del planeta) tengan una crítica de la talla que tuvo el capitalismo en los tiempos de Marx, las vanguardias artísticas hablarán y se manifestarán y de eso dependerá la historia del arte en el siglo XXI. En otras palabras, "la tradición de la ruptura" paceana o “el eterno retorno” nietzscheano, literaria o filosóficamente son conceptos disolubles en el término modernidad. ¿Y qué es pues la modernidad? La mezcla entre lo antiguo y lo moderno. En plena polémica de la postmodernidad (que el propio Paz puso en entredicho en Estocolmo en la entrega de su Nobel: “¿Qué quiere decir postmodernidad sino una modernidad aún más moderna?”) resurge con plena vigencia el mayor vanguardista, el más demencial (rechazado incluso por el grupo surrealista y su papa Bretón), el payaso más trágico, el más irreverente y genial bromista que comprendió la inviabilidad del proyecto marxista fuera de la pura teoría y con ello, la preciosa derrota del arte ante el tiempo: si la historia va a terminar en el futuro, el arte debe acabar ya, ahora mismo, para demostrar que las líneas de avance políticas son efímeras y el arte es inmortal. Con éstas palabras lo dijo Tristan Tzara: “Yo hablo siempre de mí porque no quiero convencer”. Y ante los surrealistas: “Somos todos unos imbéciles”, y dicho esto, ocupó el resto de su intervención en aquél acto surrealista solamente para canturrear.

            Para el italiano crítico de arte Mario de Micheli, en su trabajo Las vanguardias artísticas del siglo XX, (Alianza Forma, 1979), las polémicas figuras de Van Gogh, Rimbaud, Ensor y Edvard Munch, —unidos por una historia, aunque diferentes en cuanto a temperamento y ambiente formativo—, ejemplifican significativamente la evidente crisis europea que se vería reflejada poco más tarde, cuando a inicios del siglo XX se alzaban las interrogantes: ¿Cual será la actitud de los intelectuales? ¿Qué será del arte? ¿Cual será su forma y su contenido?

            A finales del siglo XIX el arte oficial de la burguesía, una vez que había tomado el poder y se preparaba para defenderlo, se dio cuenta "de que todas las armas forjadas por ella contra el feudalismo se volvían contra ella misma, de que todos los medios de cultura alumbrados por ella se rebelaban contra su propia civilización, de que todos los dioses que había creado la abandonaban". (Carlos Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte). Es decir que a pesar de que este arte burgués se proclamaba como real en apariencia, no podía ser de otra forma más que antirrealista o pseudorrealista, en tanto que su función había pasado a ser precisamente el ocultamiento de la realidad. El auge de éste fenómeno adquirió consistencia en los años posteriores a 1848 y sólo los artistas más vivos y sensibles se le opusieron enérgicamente en tanto que dañaba a las nuevas ideas revolucionarias.

            A la cabeza de esta protesta, Baudelaire (que dos años antes había escrito: "El artista reprocha de entrada a la crítica el no poder enseñar nada al burgués, que no quiere ni pintar ni rimar...") publicó un artículo titulado Los dramas y las novelas honestas en el que opinaba con  claridad y en tono violento sobre el asunto: "Los premios académicos, los premios a la virtud, las condecoraciones, todos esos inventos del diablo, fomentan la hipocresía y frenan los impulsos espontáneos de un corazón libre... ¿Quién impedirá a dos desaprensivos ponerse de acuerdo para ganar el premio Montyon? El uno simulará la miseria, el otro la caridad. En un premio oficial hay algo que hiere al hombre y a la humanidad y ofusca el pudor de la virtud. Por lo que a mí se refiere nunca sería amigo de un hombre que hubiera ganado un premio a la virtud; tendría miedo de encontrar en él un tirano implacable". Vamos a ver: ¿El famoso efectista decepcionado por no haber sido aceptado en la Academia Francesa? Más bien el poeta defendiendo a la poesía de la estúpida e indigna idea del arte como competición y por tanto factible a estar sometida al poder; el primer poeta maldito y que bien se merecía el membrete.

            Los acontecimientos políticos inmediatos a esta publicación llevaron a Baudelaire y al conjunto intelectual a protestas sociales hechas de evasión. Los primeros románticos ya habían hecho una polémica contra "el burgués", pero a menudo, se trataba más de una actitud que de una convicción radical. Resumiendo, las actitudes de los intelectuales y artistas, que hablaban de la acción poética, la transformarán con frecuencia en práctica de la evasión.

            El caso de Rimbaud es el arquetipo de estas actitudes: Su temprana renuncia a la poesía, su empeño en tratar de embrutecerse para regresar acorazado a vivir en sociedad, (tema de algunos de sus versos: “Yo volveré con mis miembros hechos de acero, la piel oscura, el ojo furioso. Por mi apariencia creerán que soy de una raza fuerte. Tendré oro, seré vago y brutal. Las mujeres cuidan bien a esos inválidos feroces que regresan de los países cálidos. Me mezclaré en política. Estaré salvado.”), su fuga a África y su afán de preferir la vida entre campesinos y obreros en vez de grupos intelectuales es única en la historia de la poesía, pero como tal era la consigna de algunos otros artistas: Hacerse salvajes. Las historias que parten de esta nebulosa premisa se verán después matizadas con la llegada de las vanguardias y su posterior decadentismo.

 

El Movimiento Dadaísta

El movimiento dadaísta nació en Zúrich en 1916. Su creador fue el poeta rumano Tristan Tzara, que  había escrito al respecto: "Dada nació de una exigencia moral, de una voluntad implacable de alcanzar un absoluto moral, y del sentimiento profundo de que el hombre, en el centro de todas las creaciones del espíritu, debía afirmar su preeminencia sobre las nociones empobrecidas de la sustancia humana, sobre las cosas muertas y sobre los bienes mal adquiridos. Dada nació de una rebelión que entonces era común a todos los jóvenes, una rebelión que exigía una adhesión completa del individuo a las necesidades de su naturaleza, sin consideraciones para con la historia, la lógica, la moral común, el Honor, la Patria, la Familia, el Arte, la Religión, la Libertad, la Fraternidad y tantas otras nociones correspondientes a necesidades humanas, pero de las cuales no subsistían más que esqueléticos convencionalismos, porque habían sido vaciadas de su contenido inicial. La frase de Descartes: No quiero ni siquiera saber si antes de mí hubo otros hombres, la habíamos puesto como cabecera de una de nuestras publicaciones. Significaba que queríamos mirar el mundo con ojos nuevos y que queríamos reconsiderar y poner en tela de juicio la base misma de las nociones que nos habían sido impuestas por nuestros padres, y probar su justeza". (T. Tzara, Le surréalisme et l' apreés-guerra.)

            Sobre cómo fue que surgió la palabra "Dada" hay sobradas explicaciones. Una muy difundida nos dice que se refiere a la primera palabra que pronuncia el ser humano recién nacido. Hans Harp comenta en una revista del movimiento el origen del vocablo, remitiéndolo al mismo Tzara. Por su parte, Tzara inventa  con humorismo: "Por casualidad encontré la palabra Dada en el diccionario Larousse". Y después advierte claramente que la palabra dada es sólo un símbolo de rebelión y de negación.

            En aquella época Zurich era refugio de un variopinto grupo de personajes, entre los cuales, los que eran artistas, en  conjunto con Tristan Tzara, dieron vida al Cabaret Voltaire, donde nació en 1916 el dadaísmo. Éste cabaret  estaba en el número 1 de la Spielgasse  y ahí se llevaban a cabo lecturas, performances y se tomaban bebidas. Ese mismo año y en el número 12 de la misma calle vivía Lenin con su mujer Krupskaia. Los dadaístas se encontraban a menudo a Lenin por la calle, pero ignoraban por completo quien fuese. Según R. Lacote, Tzara incluso había jugado al ajedrez con Lenin en el Café Terasse.  Fue un año más tarde, es decir, cuando ya Lenin, encerrado en el famoso vagón precintado, se encontraba desde hacía tiempo en Rusia y se había puesto a la cabeza de la revolución, cuando Tzara y sus amigos saludarán los hechos de octubre como algo que daría un rudo golpe a la guerra.

            A pesar de este saludo, no puede decirse que el movimiento dadaísta de Zurich se encontrara comprometido con la revolución rusa, cosa que sí hicieron los dadaístas en Alemania donde el movimiento se extendió rápidamente. Allí los seguidores de Dada se unieron a la Liga Espartaquista y, bastantes de ellos, en Berlín y en Colonia, tomaron parte en las luchas callejeras.

            El dadaísmo de Zurich se mantuvo como una negación violenta e intelectual de lo real, que buscaba definirse a sí misma. Al igual que el expresionismo alemán (el Cabaret Voltaire mostraba en sus paredes multitud de cuadros expresionistas), lo que había en el fondo de la razón dadaísta era una revuelta contra los valores y falsos mitos del racionalismo positivista. Sin embargo, Dada llevó mucho más lejos sus fuerzas, es decir, hasta la negación absoluta de la razón: "El agua del diablo llueve sobre mi razón", dirá Tzara. En otras palabras, el irracionalismo psicológico y metafísico del que brota el expresionismo, en el dadaísmo se convierte en el eje metódico de un nihilismo incomparable hasta entonces. El expresionismo todavía creía en el arte; el dadaísmo rechaza incluso esta noción.

            Dada es antiartístico, antiliterario y antipoético: Su voluntad de destrucción tiene los mismos  blancos que el expresionismo, pero Dada utiliza medios mucho más radicales. Si los dadaístas hubieran conocido a Microsoft o a Mac, la historia del diseño gráfico hubiera recorrido una trayectoria al menos digna y Heidegger no hubiera tenido que pelearse con la estética moderna “demasiado estética” tal y como lo analiza en sus Contribuciones a la filosofía.  Dada está en contra de la belleza eterna, contra la eternidad de los principios, contra las leyes de la lógica, contra la inmovilidad del pensamiento, contra la pureza de los conceptos abstractos y contra lo universal en general. Lo que propone en sentido opuesto es la desenfrenada libertad del individuo, la espontaneidad, lo inmediato, la contradicción, el no donde los demás dicen sí, el sí donde los demás dicen no; defiende la anarquía contra el orden y la imperfección contra la perfección. Por tanto, también está en contra del modernismo, es decir su arte, ya sea el expresionismo, el cubismo, el abstraccionismo o el futurismo y los acusa en suma, de ser punto donde el espíritu se cristaliza y se doblega ante la camisa de fuerza de cualquier regla, por muy nueva o distinta que sea. Para Dada, el espíritu debe ser libre como principio absolutamente obligatorio en la creación, disponible y suelto en el continuo movimiento de sí mismo. Que no permee ninguna esclavitud, ni siquiera la de Dada sobre Dada. En cada momento, para existir, Dada debe destruir a Dada. No existe una libertad establecida para siempre, sino un incesante dinamismo de libertad, en la que ésta, vive negándose así misma.

            En este punto resulta preciso afirmar que Dada no es, propiamente, una corriente artístico-literaria, sino una particular disposición del espíritu; es el acto extremo del antidogmatismo, que se vale de cualquier medio para conducir su batalla. Así, lo que interesa a Dada es más el gesto que la obra; y el gesto puede apuntar sobre cualquier ámbito no estrictamente artístico. Una sola cosa importa, que el gesto sea siempre una provocación contra el buen sentido, contra las reglas y la ley, por tanto, el escándalo es el instrumento preferido por los dadaístas para expresarse.

 

Los Manifiestos

En el plano teórico, sí puede hablarse de "teoría" en el caso de Dada. Lo que se llama "arte dadaísta" no es, ciertamente, algo definido ni claramente enunciado, sino una verdadera miscelánea de ingredientes que ya apuntan en otros movimientos. Sin embargo, en los productos más auténticos de arte Dada hay algo distinto, algo que nace de una poética completamente diferente. En efecto, mientras el cubismo, el futurismo, y el abstraccionismo tienen una base positivista, el dadaísmo, al igual que el expresionismo, se apoya en la base contraria. Se trata de un enfrentamiento violento contra la realidad establecida. Lo que caracteriza a la "creación de la obra" Dada no es una razón ordenadora de elementos, ni una búsqueda de coherencia estilística o cosa parecida. Los motivos que interesan a otros artistas en cuanto a naturaleza plástica no interesan en absoluto a los dadaístas. Ellos no "crean" obras, sino que fabrican objetos. Lo que interesa en esta fabricación es el método y el significado polémico del procedimiento, la afirmación de la potencia virtual de las cosas, la supremacía del azar sobre la regla y la violencia expresiva de su presencia entre "auténticas" obras de arte. Por eso, a estos objetos dadaístas va unido necesariamente un gusto polémico, una arbitrariedad irreverente y un carácter provisional bastante alejados del ejemplo estético.

            Es el mismo Tzara  el que en el Manifiesto sobre el amor débil y el amor amargo de 1920 sintetizó el método de tal fabricación. Por ejemplo, veamos lo que aconseja para crear un poema dadaísta:      

"Tomad un periódico.

Tomad unas tijeras.

Elegid en el periódico un artículo que tenga la longitud que queráis dar a vuestro

poema.

Recortad el artículo.

Recortad con todo cuidado cada palabra de las que forman tal artículo y ponedlas todas en un saquito.

Agitad dulcemente.

Sacad las palabras una detrás de la otra, colocándolas en el orden que las habéis sacado.

Copiadlas concienzudamente.

El poema está hecho.

Ya os habéis convertido en un escritor infinitamente original y dotado

 de una sensibilidad encantadora, aunque, por supuesto, incomprendida por

la gente vulgar".

            Este es el punto extremo de la rebelión dadaísta. Tzara y los dadaístas son, en efecto, dueños de una sensibilidad que recorre un camino que va desde la inédita payasada irreverente hasta   resolverse  en un sentido trágico del arte y la existencia. En esta "poética" se expresaba la aspiración de los dadaístas a una verdad que no estuviera sujeta a las reglas establecidas por una sociedad desagradable y enemiga del hombre: reglas políticas, morales y también artísticas. Todos estos puntos fueron recogidos en su momento por el surrealismo, que  los llevó a terrenos inexplorados por Dada; pero Bretón no se contentaba con decir que el surrealismo provenía de Dada y lo liquidó como movimiento en 1924. La opinión severa del gran poeta francés quedó definitivamente inscrita en la historia de la crítica y de ahí el malentendido y la eterna muerte del surrealismo que no se acaba de morir nunca porque, por principio de cuentas, no se considera a los artistas beats como la verdaderamente última vanguardia del XX. (Recordemos el gran asombro de Bretón en México y las palabras que dedicó a la pintura de Frida Kahlo: “Su arte es como un listón alrededor de una bomba”, a lo que Frida respondió más o menos: “Bretón es un pendejo” Refiriéndose a sus posturas políticas.) Finalmente, esta "poética dada" era además un "gesto", que pertenecía a aquellos modos rotundos, intransigentes y exclusivos con los que Dada presentaba batalla a la mentalidad pequeño-burguesa, académica y reaccionaria que anidaba, incluso frecuentemente sobre aquellos artistas que se creían de vanguardia.

 

Dada en Nueva York

Pero si la producción Dada es esencialmente un "gesto", entonces los artistas dadaístas por excelencia fueron Duchamp y Picabia, los cuales en el Nueva York de 1917 llevaron su actividad aún más lejos que los dadaístas suizos y alemanes. Ya en 1913-1914, en París, Duchamp había tomado un portabotellas y una bicicleta y tan campante los había firmado como obras suyas. En cambio, en Nueva York llegó a enviar a la exposición del Salón de los Independientes un urinario, un producto comercial fabricado en serie, al cual puso el título de Fuente, que fue una de sus obras más irreverentemente provocadoras.

            Marcel Duchamp y Francis Picabia se movieron como auténticos dadaístas. Duchamp hizo salir en Nueva York tres pequeñas publicaciones: dos números de The Blindman y Rongwrong. Por su parte, Picabia editó la revista 391, donde publicó sus dibujos de esquemas mecánicos y de objetos fielmente copiados (una hélice, una lámpara) y escribió incluso sus poesías. Con ellos dos también está Man Ray, el cual dio comienzo a una serie de "obras" compuestas de materiales extrapictóricos heterogéneos, pero que en el campo de la fotografía alcanzó resultados notables, con auténticas radiografías del mundo real que, según una expresión de Hugnet, acentúan su misterio poniéndolo al desnudo. Estas fotografías, dominadas por un gusto de ciencia mixtificada, fueron llamadas por su autor como rayografías. En 1918, ya de regreso a Europa, Picabia irá a Zurich a conocer a Tzara, se da cuenta de que Dada coincide con sus humores y se convierte en uno de sus más activos defensores.

 

Dada en Alemania

 

Los resultados figurativos más interesantes del dadaísmo, serán sin embargo, los conseguidos en Alemania, tanto por el grupo de Berlín como por Max Ernst en Colonia. Y esto es porque estos dadaístas fueron los que inventaron el fotomontaje, nombre adoptado de común acuerdo por varios de ellos. El uso del fotomontaje, permitió al grupo de Berlín realizar un arte de marcada propaganda política y de protesta contra el nazismo, donde Hitler y sus allegados eran puestos con cuerpos de cerdos, sembradores de muerte, o una en particular, donde un Hitler enano siembra y cuida una planta inmensa que en vez de bellotas, hace florecer bombas. A pesar de las controversias y las disputas de los dadaístas alemanes, el fotomontaje fue inventado por John Heartfield en 1917 (su nombre verdadero era Helmut Herzfeld pero lo anglizó como protesta al pangermanismo anti-británico), cuyo arte era, para el después surrealista francés Louis Aragon: “el cuchillo... que penetra en todos los corazones”. En 1920, Heartfield edita daDa 3, expone sus propios trabajos en la Primera Feria Internacional Dada y ahí se arrepega para la foto junto a un cartel que dice: “El arte ha muerto. ¡Viva el nuevo arte mecánico de TATLIN!”

            En Berlín fue impreso en 1918, el primer manifiesto dadaísta de Huelsenbeck. En este texto, entre otras cosas, se afirmaba:

 

"El arte depende en su ejecución y dirección del tiempo en que vive y

los artistas son los creadores de su época... Los mejores artistas, los más inauditos, serán aquellos que, a cada hora, sumerjan los bordes de su cuerpo

en el fragor de las cataratas de la vida y sangren de las manos y el corazón. ¿Acaso el expresionismo ha satisfecho nuestra espera de un arte que fuese el "ballotage" de nuestros intereses vitales?

¡No! ¡No! ¡No!

¿Acaso el expresionismo ha satisfecho nuestra esperanza de un arte que quemase la esencia de la vida en la carne?

¡No! ¡No! ¡No!

Bajo el pretexto de una vida interior, los expresionistas de la literatura y de la pintura se reunieron en una generación que hoy ya pide el aprecio de la historia, de la literatura y del arte, y presenta su candidatura para obtener una honorable aprobación burguesa... El expresionismo, hallado en el extranjero, se convirtió en Alemania, como todo el mundo sabe, en un gran idilio a la espera de una buena pensión: no tiene nada que ver con las tendencias de los hombres activos.

Los firmantes de este manifiesto se han agrupado bajo el grito de combate

 

¡¡¡DADA!!!

para la difusión de un arte que realice las nuevas ideas. ¿Qué es pues, el dadaísmo?

La palabra Dada simboliza la relación más primitiva con la realidad que nos rodea: con el dadaísmo una nueva realidad toma posesión de sus derechos. La vida aparece en una simultánea confusión de ruidos, de colores y de ritmos espirituales que en el arte dadaísta son inmediatamente recogidos por los gritos y las fiebres sensacionales de su audaz psique cotidiana, y en toda su brutal realidad. He aquí la encrucijada bien definida que distingue el dadaísmo de todas las demás tendencias del arte y, sobre todo, del futurismo, que algún imbécil, últimamente, ha interpretado como una nueva edición del impresionismo.

Por primera vez, el dadaísmo no se sitúa de manera estética ante la vida... Ser dadaísta puede querer decir unas veces ser comerciante, político más que artista, o no ser artista por casualidad... ¡Vivan los acontecimientos dadaístas de este mundo! ¡Estar contra este manifiesto significa ser dadaísta!"

 

* * *

            Una de las características de Dada había sido, precisamente, el querer romper la barrera de los géneros literarios y artísticos: el cuadro-manifiesto-fotografía era exactamente un resultado obtenido en el sentido de ésta búsqueda, como las poesías dibujadas, el grabado tipográfico figurativo y los poemas fonéticos. El fotomontaje resultaba ser un arte sin mayúscula, un arte bastardo, sin pretensiones de eternidad e inmerso por completo en el espacio mundano de lo real. Por tanto, si es verdad "la profunda nostalgia de una unión creadora entre arte y pueblo", porque los dadaístas "no se contentaban ya con un arte que se había convertido en un negocio puramente privado", deseando, sobre todo, "poner este arte de acuerdo con el hombre activo, con la vida que late en su plenitud"; si esto es verdad, que fue lo que escribió Willy Verkauf, entonces no se puede decir que el fotomontaje y su evolución fueran contrarios al "espíritu" del Dadaísmo. Al contrario:  su afirmación, incluso con las deformaciones que experimentó, fue sin duda una de las grandes victorias de Dada.

 

Dada en París

Hacia "finales de 1919 —cuenta André Bretón— Tristan Tzara llega a París como un Mesías. A las primeras palabras que pronuncia me parece descubrir en él una riquísima vida interior, y yo acepto sin vacilar sus más arriesgadas propuestas". En realidad, el grupo de París, compuesto por Picabia, Aragon, Eluard, Soupault, el mismo Bretón, Perét y otros, estaba en marcha desde hacía algún tiempo.

            Con la llegada de Tristan Tzara a París empiezan en esta capital las manifestaciones dadaístas. Algunas fueron famosas, como la del Festival Dada en la Sala Gaveau o la de 1921 en la sala de las Societés Savantes, conocida con el nombre de "Proceso a Barrès". Mientras tanto, surgen otras revistas dadaístas, de Picabia, Eluard y Paul Dernée. No es posible seguir la apretada crónica dadaísta en París, sin embargo, es necesario subrayar el carácter y sentido del activismo dada. Con la náusea de la guerra y la posguerra, estos intelectuales buscaban colmar el espacio que como vacío había emergido en torno a la actividad cultural y de la que Dada, por medio del insulto, el grito y la burla, eran sus métodos para desalojar del ambiente de dicha náusea.

            Existió un pesimismo Dada, una especie de humor negro. Los bigotes que Duchamp dibujó en el rostro de la Gioconda, firmando la reproducción como obra suya, o el mono vivo que Picabia quería atar dentro de un marco vacío para exponerlo en una exposición colectiva, quizá sean a caso, las obras "dadaístas" más completas. Pero Dada, precisamente por ello, no podía continuar su existencia. Era un movimiento de emergencia, no algo que pudiese reestructurarse o encarrilarse por vías más normales. Por tanto, era justo, dentro de la lógica dadaísta, que Dada matara a Dada.

            El verdadero final del dadaísmo tiene aquí su explicación, y no en las varias controversias y los conflictos egocéntricos que estallaron en su época entre Bretón y Tzara. En Berlín, ya en 1920, el dadaísmo había terminado como movimiento. En París su final inevitable fue cuatro años más tarde: fue un final inevitable pero consciente. Años más tarde, Tzara hablará de un "final voluntario". Poco tiempo después Tzara escribirá un libro-poema único en cuanto a su riqueza de vocabulario, de inventiva, de experimentación con la frase, etc., hasta sus últimas consecuencias: El hombre aproximativo, aparecido en 1931 y redactado entre 1925-1930.

            Así pues, se puede considerar que la definición del dadaísmo hecha por Harp en 1957 es justa y en cierto modo concluyente: "Dada fue la rebelión de los no creyentes contra los descreídos". ¿Qué arte verdadero puede negar ésta frase? A casi cien años de terminado el Dadaísmo, después de los grandes literatos que podríamos englobar tentativamente como “serios”: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Albert Camus, Jean-Paul Sartre, o de mayor actualidad José Saramago o Tomás Eloy Martínez, “el chespirito Tzara” permanece tan campante y vigente como cuando frente a Lenin, Tristan Tzara jugaba a las blancas.

miércoles, 1 de octubre de 2025

LOS GRIEGOS VALIENTES DE CHIAPAS, POR MARCOS GARCÍA CABALLERO.

 

LOS GRIEGOS VALIENTES DE CHIAPAS

POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

El zapatismo moderno de Chiapas, como hasta en Italia se sabe, como lo sabe Saramago, Oliver Stone y, supongo, todos nuestros actores políticos, se ha complejizado entre muchas otras razones, para no ser lo que se dice, “una causa perdida”. A favor del zapatismo están todos los valores occidentales provenientes  de la modernidad, iniciada en la Revolución Francesa,  y si nos vamos más atrás, la verdadera modernidad está en Grecia, con el origen del  arte teatral, el invento democrático de la política  y el amor al conocimiento con la filosofía. El concepto neozapatista “mandar obedeciendo” no entra en contradicción con el invento político griego, luego entonces paradójicamente, quien tiene un retraso verdadero en el discurso, es el gobierno mexicano que se empeña en no entender que la solución del problema debe ser tomada con todos los referentes del panorama internacional, claro, pero si el problema es nativo, no es de los nativos, sino de los que olvidan el significado y el fervor humanista de la modernidad, sustituyéndolo con mentiras muy humanas, pero que también producen miseria, hambre y desolación a un sector muy importante de la población, que insiste en que la paz no debe ser sólo un referente diplomático que termina como semi-servidumbre al exterior, sino al interior como una necesidad, ananké, en griego, es decir, lo que está ahí, porque tiene que estar ahí y ser así. ¿A dónde irían los tojolabales, los tzotziles o los tseltales si se instauran las super carreteras del Plan Puebla-Panamá, los Mac’ Donalds o los JC-Penney? ¿Tendrían Mercedes o Tsurus, calzarían Niké o comerían una Brontodoble? ¿No más bien la globalización antihumana de las potencias económicas mundiales tendría que reconocer que dichos indígenas tienen un modo de vida, cultura y visión con historia propia, historia que no es prestada de ayer ni de hace sólo 500 años, historia que como la de cualquier pueblo o región, debe ser respetada? Los gringos se ofuscan si el mundo no se les parece, los británicos les siguen, luego el gobierno español, como si fuera la época de Cristóbal Colón mandando todavía tropas a Irak, ¿eso es progreso? La luz de ese progreso alumbra tan alto o más, como actualmente es alto el edificio de Oklahoma o las torres gemelas de Nueva York, ¿Qué  les pasó a esos edificios tan altos? Se fueron a la chingada del planeta.

Un conmovedor artículo de Carlos Lenkersdorf aparecido en el suplemento mensual ojarasca del periódico  La jornada (junio 2003), “Las casas tojolabales nos interpelan”, regresa a los tojolabales la metáfora de la casa como expresión de la voluntad y el alma de los que la habitan, lo que en términos literarios el filósofo francés Gaston Bachelard utilizó para referirse a la casa primigenia como portal y pedestal de la ensoñación del ser humano: “las habitaciones internas” que descubre el adulto escritor, que  va recogiendo y reconociendo en la creación del texto, tienen como  remanente o correlación la casa o las casas donde hemos vivido, en ellas se guarda todo aquello que nuestro ser reclama como auténticamente propio, principalmente la ensoñación y los recuerdos, la infancia, pues, el primer gesto, los primeros aprendizajes, no están en la calle, la escuela o la intemperie, sino en la casa, lugar en el que fuimos depositados antes que en el mundo. La poética del espacio tiene esta frase brillante: “ciertamente la infancia tiene mayor tamaño que la realidad”. Cuyo aire de paradoja significa, volviendo a Lenkersdorf, que los tojolabales no quieren vivir en la casa grande o la casa del cacique o patrón porque en ella hay una hostilidad que viene de 500 años para acá: primero tuvo rostro español y católico, luego priísta y ahora francamente neoliberal. Por eso los tojolabales, decididamente griegos, decididamente universales, cumplen su propia ley “mandar obedeciendo” tomando las decisiones que atañen a la comunidad en la casa grande, la cual es, obvio, un edificio público.

            Cuando participé en la Caravana Mexicana Para Todos Todo, de diciembre a enero del 2002, en el municipio autónomo Moisés y Gandhi, los zapatistas nos recibieron y nos prestaron para pasar las noches en esa comunidad una casa al lado de “la casa grande”, lugar que posteriormente utilizaron los líderes de la comunidad para definir las respuestas a las preguntas que les planteamos: que opinaban sobre el PPP, la presencia de los militares, los priístas, etc. Debatieron toda la noche, mientras al lado nosotros dormíamos; yo me quedé dormido después de amenizarme el rato con un walkman y las ideas musicales de La Maldita Vecindad. Al día siguiente regresaron, bajaron de sus propias casas y nos dieron respuesta.

Para terminar, un comentario de orden estético, las casas de los tzeltales que yo conocí, eran ciertamente pequeñas, modestas, con suelo de tierra, un fogón, otros elementos de madera y las paredes eran de tablas alzadas unas junto a otras, pero que dejaban entrever rendijas por donde se colaba el viento, pero no lo suficiente para que se colara el viento neoliberal y tuviéramos que declarar que la vida era una penuria: todo era festín para nuestros anfitriones, una taza de café o un par de tacos. Yo me decía: “indudablemente esta gente vive en condiciones de pobreza y marginación, pero si esas tablas están separadas lo suficiente para ver fuera, no es porque no les hayan alcanzado, sino porque forma parte de una cosmovisión: aquí está el hombre y su familia, su casa, sus animales, pero también comparten como compañero al viento, al sol, al arroyo, a la milpa… esto es mantener la dignidad a cualquier precio, o mejor dicho, a lo que no debe tener precio, porque ellos saben, sin tener que leer a Bachelard, que la casa es el origen, lo primigenio, la razón de una lucha que lleva 500 años.” La pintura que vi en un Aguascalientes decía: “podrán cortar todas las flores, pero nunca acabarán con la primavera”. Pero mejor ya me callo la boca porque luego me dicen que hago turismo revolucionario o uno que, más allá, me dijo: “te fuiste de vacaciones revolucionarias”.

CUENTO DE NAVIDAD HISTÓRICO POR MARCOS GARCÍA

  CUENTO DE NAVIDAD HISTÓRICO.   MARCOS GARCÍA CABALLERO   Para empezar ahorrémonos los chismosos vocablos supuestamente novedosos   d...